Ann Beattie por Fresán
Finalmente, los que leemos literatura solo en español podemos enterarnos de quién es Ann Beattie, una de las escritoras consagradas en EEUU y que era un misterio en estos pagos. Libros del Asteoride publicó hace unos años la estupenda Postales de invierno y ahora le toca el turno a Retratos de Will. Ambas novelas, según Rodrigo Fresán, son de lo mejor de la Beattie, más conocida quizá por sus cuentos en el país de las short-stories. Dice la reseña en el ABCD las letras:
El prestigio y la fama de Ann Beattie (Washington, 1947) descansan en muchos relatos que, desde mediados de 1970, la consagraron como La Escritora representativa de la ficción estilo The New Yorker. Ann Beattie como esa heredera más o menos directa de John Updike (quien a su vez descendía de John O´Hara y John Cheever) y hermanastra más o menos lejana y burguesa de los especimenes proletarios en los cuentos de Raymond Carver. Pero, a mi juicio, el genio de Beattie se encuentra -más que en ningún otro lado- en dos novelas. La primera de ellas es la generacional pero apta para todas las generaciones Postales de invierno (1976). La segunda es Retratos de Will (1989) donde aquellos lamentos de jóvenes desorientados se transforman -el tiempo pasa- en las tristezas y alegrías de una madre fotógrafa llamada Jody y de Will, su hijo de cinco años. Así, desde el primer click en la primera página, Retratos de Will documenta -en instantáneas movidas que acabarán fijando a los personajes por el resto de sus vidas- los incontables pequeños detalles a los que Beattie es tan afín y que acaban constituyendo su estilo. triste y divertida tragicomedia de costumbres que gira alrededor de las relaciones entre padres e hijos, y de los espacios blancos y agujeros negros entre unos y otros. Como bien precisó el escritor T. Coraghessan Boyle, Beattie es la maestra indiscutida de contar directamente a través de lo indirecto. Y si -la fotógrafa Diane Arbus dixit- «una fotografía es un secreto sobre un secreto», entonces lo que hace Beattie es trabajar casi en susurros y lateralmente la materia que otros no dudarían en señalar a gritos. «Cuando me preguntan sobre qué escribo yo, cuál es mi territorio, sólo puedo responder que escribo sobre todo aquello que me parece misterioso», confesó Beattie alguna vez. Y, sí, Retratos de Will es un libro misterioso; pero su gracia y su singularidad residen en que muchos de los enigmas que plantea se van desentrañando en una atmósfera de claroscuros, de a poco y sutilmente, sin la brutal iluminación de ese flash que enrojece las pupilas. Y si en la ya mencionada Postales de invierno, Beattie se ocupaba de las amistades masculinas con sensible pero implacable mirada de rayos X, Retratos de Will es una triste y divertida tragicomedia de costumbres que gira alrededor de las relaciones entre padres e hijos, y de los espacios blancos y agujeros negros entre unos y otros. Y pocas cosas sorprenden más y producen más admiración que enterarse de que Ann Beattie nunca tuvo hijos. (...) Retratos de Will -dividida en dos largas secciones, «Madre» y «Padre», a la que se suma una tercera y breve coda, «Niño», se nos ofrece, así, como una retrospectiva colgada en paredes. O como páginas de un álbum en las que, de tanto en tanto, se pegan unos líricos inserts en cursivas, no contaré aquí qué resultan ser esos inspirados apuntes y quién los escribe. O cómo diapositivas proyectadas contra objetos en tránsito o personas en fuga insinuándonos que no hay foto más reveladora que aquella que no se queda quieta. El final -las apenas siete páginas de «Niño»-completan el prodigio y acrecientan aún más nuestra admiración. Allí, dos décadas después, Will -ya convertido en padre- comprende y nos hace comprender la verdad de la historia, la realidad detrás de las fotos. Y, agradecido y emocionado -luego de haber visto tantas fotografías- lo hace leyendo. Igual que nosotros -conmovidos y gratificados- con y por Retratos de Will, cerrando el libro y sonriendo como quien sonríe sin que haga falta que le pidan que sonría; porque ahora escucha el mejor click de todos, ese que sólo se oye cuando todo hace click.
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