Styron reseñado
Dice bien Rodrigo Fresán: "ataúdes se cierran para que se abran los cajones". La muerte de William Styron nos ha devuelto a este enorme escritor norteamericano. Pero no solo en la relectura de sus libros emblemáticos, sino también los inéditos que empiezan a ver la luz. Se abren los cajones, pues. Fresán reseña en el ABCD las Letras la novela El viaje suicida traducido por La Otra Orilla (antes Norma o Belacqua). Dice la reseña:
Mayor interés tiene El viaje suicida -subtitulado Cinco historias del cuerpo de Marines- donde Styron vuelve al territorio de La larga marcha (novela corta de 1952) y a, en su propio decir, «la catastrófica propensión de los humanos a dominarse los unos a los otros». Abarcando cuatro décadas, marchan disciplinados relatos y capítulos sueltos de su frustrada The Way of the Warrior, que deja de lado para escribir La decisión de Sophie y retoma, en vano, varias veces. Textos en los que Styron aspiraba a plasmar el ambiguo ánimo de quien sostenía que «a pesar de mi aversión por todo lo militar, hay algunos aspectos de la vida castrense que me parecen tolerables, incluso fascinantes, si bien inferiores al ajedrez y a Scarlatti», sin que esto contradijera el saberse «un tipo poco agresivo, civil hasta la médula» y para el que «la simple idea de la vida militar pone en marcha en mi cerebro una lúgubre música: sin pífanos, sin gaitas, sin aguerridos toques de trompetas, sino un canto fúnebre gris y lento de tambores apagados». El lector de El viaje suicida -destacan con claridad y brillo «Marriot, el marine» y «La casa de mi padre»- no encontrará el misticismo beligerante o el machismo uniformado de Norman Mailer, James Jones, Irwin Shaw y Papá Hemingway. Tampoco la ironía demencial de Joseph Heller o Kurt Vonnegut o el aire dandi del volador James Salter. Styron -quien, a diferencia de todos los anteriores, entrenó duro y ascendió hasta teniente, pero no llegó a entrar en combate- opta por concentrarse en los alrededores de la lucha. Su batalla como escritor se libra en la incertidumbre de los cuarteles de ida o en las tristes certezas de la vuelta al hogar más que en el eufórico espanto del frente de «la buena guerra, es decir la segunda guerra para terminar con todas las guerras». No le interesan demasiado los gritos del enemigo, pero sí las reflexiones susurradas por hermanos de armas cuando piensan que nadie los escucha. Por suerte para nosotros, allí estuvo William Styron. Y aquí nos las cuenta.
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