RESEÑA DE LA SEMANA
Nueve lunas
Mondadori, Barcelona. 2009. 158 páginas
UNA MUJER EXPUESTA
Una inmigrante en Barcelona está en el primer trimestre de su embarazo y se entretiene buscando páginas de excesos en internet. La última frontera es la fotografía de un hombre devorándose, bien asado, a un bebé recién nacido. No parece una imagen típica para el libro de una mujer explorando los nueve meses de su embarazo, pero sí una imagen real, concreta, para explicar el contenido de Nueva lunas de Gabriela Wiener: un libro-exploración en el que las dudas, el temor, la ilusión y el intento de comprender in situ el proceso natural del embarazo van de la mano con una historia de exilio, de inmigrantes, de economías inestables y de recuperación del pasado familiar. La primera frase del libro, en palabras de una cronista gonzo tan exitosa como Gabriela Wiener (autora del estupendo Sexografías), suena a provocación: “En estos últimos meses, nueve, para ser exactos, he llegado a pensar que el placer y el dolor siempre tienen que ver con cosas que entran y salen del cuerpo”. Estamos tentados a pensar que Wiener se ha introducido algo en el cuerpo para sentir placer y dolor, y experimentar con ambos, libreta de notas en mano. Quizá la Wiener de Sexografías no hubiera dudado en exponerse. Y es que ¿acaso no sería genial una periodista que decidiese tener un hijo, al mismo tiempo que se queda desempleada en un país extranjero y trata de sobrevivir a todo ello para escribir una crónica en New York Times y un bestseller que le interese a Hollywood? Yo Fui Madre Inmigrante, podría titularse. Puede suceder. Pero da la casualidad de que las cosas no han sido tan calculadas ni tan gonzo sino más bien, se han dado de forma natural e incluso inesperada. En el exilio, Gabriela se entera casi al mismo tiempo de que tiene que ser operada de glándulas mamarias excedentes, que su padre ha sufrido una operación de cáncer al colon, que una de sus mejores amigas se ha arrojado al vacío desde un cuarto de hotel en Lima, que acaban de cerrar a revista literaria en la que ella y su esposo trabajaban en Barcelona y, además, de que el coitus interruptus no es el método anticonceptivo más confiable.
Cuando una madre cuenta los trámites de su "dulce espera", ya sea en un baby shower o un libro, debemos estar advertidos de que oiremos o leeremos sobre búsquedas en internet del nombre del bebé; comentarios sobre los cambios hormonales, los vómitos, las veces que debe ir al baño y quejas por la ropa sexy que no podrá ponerse en un tiempo; sobre los juguetes, los stores y el color elegido para decorar la habitación del bebé; y paranoicas conversaciones sobre los temores a enfermedades mortales hasta la inofensiva ictericia. Si piensan que Gabriela Wiener (la chica osada y algo freak que se dejó latiguear por una dominatriz en un escenario, que comparte a su esposo en un bar de swingers o le muestra a un mega actriz porno su vagina sin afeitar para cumplirle el deseo) escapa a ello se equivocan. Todos esos temas aparecen en Nueve lunas. Pero eso no significa que sea un libro ñoño o predecible. Por el contrario, es un libro inteligente, lúcido, honesto y tremendamente tierno. Es un libro sobre sentirse vulnerable. Es un libro sobre el amor. Desde los primeros momentos, en que el temor al compromiso la hace sentir fantasías abortivas, hasta los últimos, en que lo único que quiere la madre en los dolores de parto es que le coloquen la epidural y expulsen el “alien” de su interior, poniendo fin de una vez a la llamada “dulce espera”, Wiener es una mujer expuesta. Expuesta a las náuseas existenciales que tienen ecos en las náuseas reales. Expuesta a sus sentimientos encontrados, expuesta a lo que espera de ella y de su futuro, expuesta a los dolores y al placer de las cosas que entran y salen del cuerpo, expuesta al mundo exterior que se le presenta adverso. En ese sentido, el acierto de la carátula de Mondadori es estupendo. Una niña a punto de arrojarse a una piscina. Sostenida aún de la baranda, mirándola con desconfianza, atenta a su sombre reflejada en esa profundidad azul que puede ser la vida. Y es que, aunque el libro se presenta como una crónica de no-ficción, no podemos dejar de notar el simbolismo que la atraviesa de cabo a rabo. ¿Acaso no es simbólico que la mujer que se extirpó semanas antes, y sin motivo aparente, las glándulas mamarias secundarias estuviese preparándose, sin saberlo, para amamantar? ¿Acaso no es simbólico que el cáncer de su padre y el suicidio de su amiga le recuerden la existencia de la muerte en el mundo donde ella engendrará vida? Siguiendo esa lógica, el punto culminante de la crónica sucede cuando la autora y su esposo hacen un viaje (previsto con anterioridad, sin saber las condiciones de futuros padres) a Lima. Se alojan en la casa familiar, en el cuarto que ella compartió con su hermana de niña, bajo el amparo por la madre protectora y el olor a la comida casera. Sin embargo, este retorno al útero –si me permiten ponerme antipáticamente simbólico- es una despedida. La futura madre va a despedirse de su condición de hija. Un cambio de piel que se sella cuando ella y su esposo hacen el amor, espléndidamente además, en la cama de niña de la autora. No hay vuelta hacia atrás y solo queda enfrentar los hechos. Aquel guisante cuya forma nadie puede identificar con certeza en una ecografía hecha por la Asistencia Social (las tridimensionales son engreimientos que no pueden permitirse) está viva y ella, quien cuenta esta historia, será su madre.
De regreso a Barcelona, con el último trimestre y una maleta llena de roponcitos para el nonato a cuestas, la narradora tiene que enfrentarse al mundo con su nueva condición, la de madre, absolutamente asumida. Entonces, el exterior toma preponderancia en la novela y en su vida, desplazando las dudas. Barcelona es una ciudad hostil, las enfermeras (algunas de ellas inmigrantes como ella) la tratan mal, debe conseguir un trabajo mal pagado para subsistir en vez de descansar, los taxis no se apiadan de ella cuando la ven a punto de parir para que no le ensucien el tapiz. Y ella, con naturaleza instintiva de madre, decide abandonar su buhardilla bohemia llena de caca de paloma hacia una casa más segura, más higiénica y con más habitaciones, y preparar así un nido (o útero, para seguir con el símbolo) donde amparará a la criatura que vendrá. Ciertamente, al cambiar la perspectiva interior de la mayor parte del libro hacia la del mundo que la rodea en esta tercera y última parte, para mí el libro pierde intensidad e incluso interés. Se convierte más en una crónica predecible con anécdotas sobre la inmigración y maltratos y deja de lado aquel penetrante buceo hacia el interior y los temores físicos y mentales que me capturó al principio. Y es que, ante la inminencia del nacimiento, no hay tiempo para dudas y solo queda la realidad que, como un tobogán, nos conduce al desenlace esperado: el nacimiento de una niña llamada Lena.
Durante años, las narradoras mujeres peruanas podían ser contadas con los dedos de la mano y había que ser muy concesivo para encontrar algún interés en la mayoría. En estas últimas décadas, en cambio, la situación ha cambiado mucho y cada vez hay más y mejores narradoras. Podríamos decir que Gabriela Wiener confirma con este libro que está a la cabeza de esa promoción de escritoras mujeres; pero eso sería ser innecesariamente considerado con las valoraciones de “género”. Por eso, simplemente concluyo la reseña con una verdad comprobable después de leer Nueve lunas: Gabriela Wiener es una de las mejores noticias que le ha ocurrido a la literatura enn castellano última, sin distinción de género ni de nacionalidad.
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