MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Bitácora norteamericana de Soler Frost

Kayenta, tierra de los Navajos. Fuente: trivago

La primera vez que fui a México me llevé dos nombres desconocidos, ambos estupendos consejos de amigos mexicanos, para leer: Juan Vicente Melo (especialmente La obediencia nocturna) y Pablo Soler Frost. De este último se afirmaba que era el gran escritor oculto de la literatura mexicana. Probablemente tenían razón. Cuando lo conocí, en una segunda visita, supe que no solo era un escritor "raro" sino que, además, como personaje y mito, una persona entrañable pero cuya pista era muy fácil perder desde Perú. Y así fue, he ido perdiendo y encontrando su pista una y otra vez. Ahora lo ubico de nuevo. En "Letras Libres" se ha publicado una bitácora, a manera de road movie, de un viaje por Estados Unidos que hizo como guionista de una película cuyo título no se especifica. Dejo aquí algunas entradas:

Laredo, Tejas, principios de octubre.

De parecer que estamos listos, parecemos, y a fin de empezar la aventura: rodar un largometraje mexicano cuya casi enteridad transcurre en los Estados Unidos de América. Un poco es como si fuéramos un crew vietnamita a las puertas de China, un equipo polaco a punto de ingresar a Rusia, con cámaras.
Somos dieciocho. El director, una actriz y dos actores, un director de fotografía, una script-girl, el director de sonido, una directora de arte, una directora de vestuario, dos directores asistentes, dos productores, el primer asistente de cámara, un key-grip, un gaffer, un loader y el guionista, que soy yo. Somos catorce mexicanos y una argentina, una húngara, un italocolombiano y un español. Un crew. Yo, que siempre he sido solitario, me hallo un poco confuso, aunque también muy entusiasmado. Sé que va a ser difícil, que me va a ser difícil. Espero que vaya a ser un viaje profundo, divertido, nuevo, alerta. Por lo menos, como me dice el director, significa salir todos de nuestras zonas de confort: la cama de uno, el baño de uno, el juguito de naranja, los taquitos, el cine. Hay dos miembros del crew que nunca han salido de México; otros dos más nunca han ido a los Estados Unidos de América. Catorce de nosotros nunca hemos hecho un largometraje. Ninguno hemos cruzado Estados Unidos en coche hasta el Continent’s End del poema, described & decried por Robinson Jeffers. Sabemos que podemos fracasar, que el camino guarda sus peligros y su enseñanza y, como querían los chinos, que el viajero no debe pretender mostrarse demasiado alto.
La película trata de tres mexicanos (dos hombres y una mujer) que están como muertos en México; deciden ir a Real de Catorce; de allí a Nueva York, y, ya allá, cruzar hasta California, hastiados como están de sus vidas en su propio país. Y de lo que les pasa en el camino. –Qué raro que tú, que no sabes manejar, hayas escrito un road movie, me dice un conocido. Es por amistad.
Vamos a recorrer, de acuerdo con el guión, diecinueve estados (y un distrito sin representación): Tejas, Luisiana, Misisipi, Alabama, Tenesí, Virginia, Washington dc, Maryland, Pensilvania, Nueva Jersey, Nueva York, Nueva Jersey y Pensilvania de regreso, Ohio, Indiana, Illinois, Misuri, Kansas, Colorado, Utah, Arizona y California. Vamos en una van dorada, una pick-up con placas de Tejas, que lleva el lowboy donde va amarrado el Mercedes Benz verde, 1975, que es un actor más, un jeep negro que atrás dice “Namasté” y trae placas del Distrito, y un camión rentado en Laredo mismo, donde va el equipo, también rentado.

(...)

Más allá de Houston, Tejas, 15 de octubre.
Un restaurante mexicano que es además estación de Greyhound (van desde las Carolinas hasta Querétaro) mejora nuestro ánimo muchísimo: hay tacos de carnitas y de suadero, frijoles, chiles rellenos, aguas frescas, licuados, chaparritas (de El Naranjo).

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Blue Ridge Parkway, Virginia, 26 de octubre.
Esta niebla, estos riachuelos que golpean en blanco sobre las piedras negras; a su lado, un arce rojo. Árboles de color borgoña, solferino, magenta. Troncos negros o blancos de agua. Pienso en los espíritus de los guerreros de las Siete Naciones. Pienso en mi madre. En don Salvador, en el padre Miguel. Seguimos subiendo, buscando el paraje donde filmar. Estoy triste. La actriz, que es mi comadre, se da cuenta y sencillamente toca mi brazo con su mano.
La niebla espesísima. Temo que nos desbarranquemos, aunque vamos a menos de cinco millas por hora, pero el productor es un conductor excelente. La carretera es sinuosa y serpentina; de pronto hemos bajado lo suficiente para que la niebla ya se haya levantado. Llovizna. Un chavo, en un lodge; va caminando por Virginia, sin otra compañía que un ejemplar de Moby Dick.

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Nueva York, 8 de noviembre.
En una servilleta en un bar en el Lower East Side: “El glamour del cine no es nada. Esperar, estarse, estarse callado, después hablar alto, y cargar la carga. Buscar una silla o un banquito o un escalón o de perdida la caja negra de cantos de plata de los magazines. Esperar. ‘Buscar donde sentarse –nos dijo un día famosamente Alain Robbe-Grillet– es el hecho más importante de hacer una película.’ El cine presta poder a cosas sin poder; embellece cosas que no son bellas, entristece otras que no son tristes. Pero es conmovedor.”
Todo medio indie y medio ravero, pero diluido. Something wicked this way comes.
Nueva Orleans y Nueva York han sido las únicas ciudades en las que ha habido pleitos, o casi pleitos, de alguien del crew, en las calles, con homeless, con turistas borrachos, con gente ociosa.

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Kansas City, 12 de noviembre.
Qué rara ciudad es Kansas, de verdad. No lo digo sino porque es rara. Verdaderamente no tiene centro, sino el tren, y cada colina es un centro en sí mismo; hay grandísimas excavaciones, para un estadio nuevo y más edificios. La piedra es bellísima y me recuerda un poco, aunque parece más porosa, a la de las cercanías de Oxford. Hay un pueblo español de los años veinte, el primer mall abierto en los Estados Unidos, y primer mall de tema.
Filmamos en el Liberty Memorial, un inmenso falo, con un hall dedicado a los héroes y dos torres que contienen banderas propias y banderas capturadas. Una flama eterna, me imagino, y veteranos de guardia, y pantallas donde aparecen fotografías de los caídos, y placas de mármol. Oh you know, me dice un tocayo mío, condecorado, que hace guardia: It all started with an idea.
Camino de vuelta al estacionamiento que es nuestra “base”; yendo oigo a un homeless blanco que me sigue discurrir acerca de lo dura y triste que es la vida.
Recuerdo a un policía aquí: alguien lo había llamado (tal vez los abogados cruzando la carretera) porque llevábamos ya varias horas en ese estacionamiento vacío. What are you people doing here?, preguntó con el gesto clásico de quitarse los lentes obscuros y dorados. We are making a film, officer, le dijimos. Nos miró y luego dijo: Ok, that’s none of my business. Esa escueta claridad. Duda un momento cuando ya va a la patrulla. Voltea y dice. –What’s the name of the movie? –It’s called “Hope”. La palabra vuelve a ejercer su efecto; el policía sonríe, y cuando, una hora más tarde, a ver qué seguíamos haciendo, llegaron el dueño del predio y su sobrino, en un coche rojo y malencarado, el título de nuevo cambió la situación. Venían de negro, y el sobrino me sacaba una cabeza. Venían muy enojados. Pero esta cosa gringa: siempre preguntan, luego obran en consecuencia (y te pueden dar un balazo o poner una venda). Pero siempre preguntan. Y el sobrino, un verdadero refrigerador, se calmó casi enseguida al oír el nombre de la película, y saber que no estábamos filmando su propiedad, sino tan sólo la estábamos usando como campamento, y que, además, ya nos íbamos a ir pronto. Y se despidieron ya en otro tono. Hacía sol, un sol de noviembre.
Cazadores en la carretera: pick-ups que nos rebasan: en la tina, ciervos muertos. Y los lazos to support our troops.

Caminos Kayenta, Nación Navajo, Arizona,
22 de noviembre.

Lo pobres que son los navajo. Es impresionante. El museo del “Navajo Code Talk” está en un Burger King. Dentro. Una vitrinita.
Necesitamos filmar un velorio. Por estar en la Nación Navajo pensamos que los usos y costumbres (y las supersticiones y los gustos) de la gente allá no nos permitirían hacerlo, más que en condiciones muy difíciles. Y es verdad: la mayoría se niega, cortésmente. Pero de pronto la productora conoce en un restaurancito a una chava que atiende y que nos dice que sí, que no hay problema, y allá vamos, con dos actores más, llegados por la noche, por el monte, hasta una casa, donde nos esperan señoras vestidas de pants y niños y un hombre, y nos dejan hacer y deshacer como queramos, mientras ellas se ríen de nosotros y de nuestros apuros. Compartimos papitas y refrescos.
En la novela Los perros de Cook Inlet de Alberto López Fernández, una novela que a mí me gusta mucho, novela sobre la búsqueda del sueño americano en Alaska, aparece, en la oficina de un capataz blackfeet o shoshone, no recuerdo, este letrero: There is only one Chief: all the Rest are Indians.
El padre Jerome, en la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe. El Cristo es navajo. Hay una fuentecita: el padre la prende, y prende las luces, y nos hace sentir en casa. La Última Cena es navajo también, en una casa de adobe, y Cristo como “The Medicine Man”. Le pedimos una bendición y nos la da. Él nos pide que firmemos el libro de visitas de su parroquia. Luego nos dice que tengamos cuidado con los coyotes en la carretera, porque pasan muy rápido, al atardecer, ya anocheciendo, y causan muchos accidentes.

(...)

Bahía de la Soledad, Baja California Norte, un día antes del 1º de diciembre.
La belleza frágil de México. Una poza de medusas y anémonas, en un castillo de piedra en el borde de las olas, en La Soledad. No hay un graffiti, ni basura, más que un envase de plástico, que retiramos. Pero sabe uno que está así, prístino, porque está retirado, y nadie viene.
Último día de viaje; acaba la secuencia de la playa. Es el último rollo que se va a filmar hasta la ciudad de México, donde faltan escenas; el primer asistente de cámara, el decano del crew, pone la cámara sobre una piedra en el acantilado, apuntando al mar y filma en silencio, la puesta de sol.
Me siento más fuerte; ojalá no degenere en pura prepotencia: más tolerante; ojalá no sea simplemente frívolo cinismo. Pero siento que aprendí a hacer amigos de nuevo, que logré vencer algunos miedos, que sé por fin la diferencia entre un grip y un gaffer; que de alguna manera, como creen todos los viajeros, regreso mejor; y, como consideran casi to-dos los viajeros, regreso a un lugar donde nada ha cambiado, y donde a nadie le interesa qué hizo uno mientras estuvo fuera. Mientras que uno es ya otro.

Centro histórico, ciudad de México, 17 de diciembre.
Lo logramos, me dice, guapa, llena de felicidad, la productora. Estamos en la fiesta del término. Hay luces, tragos, un dj, meseros de desgastados chalecos rojos e impecable cortesía, amigos. Cosa curiosa, ando más bien callado. Doy gracias por la oportunidad que he tenido, y gracias a todos los santos del cielo que todos estamos de regreso con bien. Habrá tal vez otros viajes, otras películas. Quién lo sabe, sino Dios.
Pienso en lo que nos dijo Nunca: Hacer cine es un privilegio. Y lo que me dijo el director: En México el cine se hace de rodillas. Porque es un milagro. ~

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11:09 a. m.

Hola, la película lleva por título. "40 días" y publicó una novela titulada "Yerba americana", sobre el mismo tema.    



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