Los verdaderos escritores proletarios: todos
¡Oh dios! ¡Por fin alguien se acuerda de los autores! ¡Gracias Manuel Rodríguez Rivero! Su columna de hoy en El País va directo al punto, sin dilaciones, y dice lo que todos sabemos: sin los escritores el negocio no existe, pero ellos (salvo algunos dorados y felices y muy engreídos bendecidos por san pedro) son el eslabón más débil de la cadena. La nota viene a cuenta a raíz del artículo de Le Magazine Littéraire titulado Les écrivains, ces nouveaux prolétaires?. No se equivoquen, amigos con conciencia izquierdista, no son uds. los únicos proletarios de la escritura. Lo somos todos. Aquí no hay regios ni hegemónicos. Esa es la verdad. Dice Rodríguez Rivero:
Editores, distribuidores y libreros -entre otros agentes- forman parte esencial de la (todavía vigente) cadena del libro. Sin sus respectivas actividades y negocios se quebrarían los canales de comunicación que trasladan a la sociedad -es decir, a los lectores- las variadas creaciones literarias de los autores, que son quienes las imaginan y componen. Hasta aquí lo evidente. Pero seguramente uno podría imaginarse un mundo -en un futuro hipertecnológico, pero no necesariamente lejano- en el que todos ellos desaparecieran, o en el que sus respectivas funciones (producto de la división del trabajo del antiguo bibliópola) pudieran ser asumidas total o parcialmente por el elemento más creativo del conjunto. Los autores -en el más amplio sentido, incluyendo a los traductores, o a los ilustradores en el caso de los libros infantiles-, en cambio, son imprescindibles: hasta donde puedo saber, todavía no se han inventado cyborgs con imaginación creadora y talento para expresarla por escrito. Ellos son, por tanto, la auténtica piedra angular de un sistema cuyas mercancías son también bienes culturales, y en el que las tensiones entre valor de uso y valor de cambio resultan particularmente significativas. En otras palabras, y más crudamente: sin autores no hay negocio, pero tampoco cultura escrita. Pero, paradojas del capitalismo, también son el eslabón más débil de la cadena. Por supuesto, hay autores y autores. Y siempre los ha habido: no me refiero a su calidad o influencia (que también), sino a su papel como colectivo en el mercado. Desde que, a principios de los ochenta del siglo pasado, y en una coyuntura dinamizada por la progresiva eliminación de los corsés de la Dictadura, algunos escritores -al amparo de lo que se llamó "nueva narrativa"- consiguieron mayor visibilidad y un incipiente glamour avalado por el éxito económico y mediático, el público ha tendido a confundir como categoría lo que no deja de ser una anécdota: el hecho de que un grupo de escritores pueda vivir exclusivamente de su trabajo no significa que el conjunto no adolezca de una estrepitosa precariedad laboral.
El siguiente argumento es contundente y refleja en realidad la condición de proletarios, o menos que eso, de los escritores en el mundo editorial:
Ahí tienen, por ejemplo, el caso de Editis, uno de los gigantes editoriales (hasta hace poco) franceses. Cuando en 2008 Wendel se lo vendió a Planeta obtuvo una plusvalía de 350 millones de euros. Sus empleados consiguieron, tras las consabidas protestas y plantes, una "gratificación" a cuenta de los beneficios. Pero los autores -es decir, la materia prima del negocio- se quedaron igual que antes. Bueno, peor: cuando Wendel se hizo cargo de Editis (2004) sus directivos impusieron una política de austeridad y ahorro que afectó particularmente a los "colaboradores externos", es decir, entre otros, a los autores.
Más claro que el agua clara.