Genet en el Raval
Juan Goytisolo escribió en el último Babelia una de sus historias favoritas, parte de su imaginario personal: la historia de su amistad con Jean Genet, una amistad que cambió su vida y su obra para siempre. En esta ocasión se dedica a recordar el ingreso del escritor maldito, el ex convicto y místico salvaje Jean Genet, transformado en escritor en la cárcel, a España. Y en especial, recuerda la incursión del autor de Diario de ladrón en el barrio catalán del Raval:
Extramuros de los reformatorios en los que fue internado desde la adolescencia y de los cuarteles en los que a continuación se alistó, Genet hallará en la España convulsa de la época el punto en el que asentará su aventura estética y moral. El Barrio Chino barcelonés —el actual Raval— era la guarida ideal para las heces y detritus de la sociedad. La “librea de la miseria” de la que hablan irónicamente nuestros clásicos —esto es, los harapos, la mugre y las alpargatas usadas hasta la trama— identificaba a la hermandad de mendigos y rateros acampada en él. La galería de personajes genetianos —buscavidas, rufianes, prostitutas, pordioseros, desertores, travestidos— se amadrigaba en la espesura urbana del ámbito como quien se acogía anteriormente a lo sagrado y no difiere mucho del hampa sevillana que conoció Cervantes. El aura sacra del execrado Distrito Quinto guiará a Genet, como veremos, por los caminos de su peculiar santidad. El Genet ramblero e hijo espurio del Paralelo se adentrará en el territorio de la ignominia resuelto a convertirse en objeto de desdén y de asco, en una busca de acendramiento íntimo que en otra ocasión comparé con la de los malamatís del Islam, a quienes Ibn Arabi situaba en la esfera más alta de los bienaventurados. Él y sus cofrades de la miseria lucirán a través de España, nos dice, “una magnificencia secreta, humilde y sin arrogancia”. Su empeño se cifrará en “dar un sentido sublime a una apariencia tan Mísera”. La soledad moral a la que aspira convertirá su destino en una conciencia irreductible de la que surge una obra luminosa y de perturbadora singularidad. La aspiración al crimen condenado por sociedad, asociada a la de la traición, adquirirá una dureza y fulgor comparables a los del diamante. La admiración de Genet por las locas españolas que frecuentó en Barcelona y Cádiz apareció más de una vez en nuestras conversaciones. Eran las más audaces y provocadoras de Europa, decía, como reacción natural al rechazo que suscitaban. Asumían el oprobio de la opinión común con un ritual de disfraces, gestos y voces agudas que, a partir de la histeria, alcanzaba la sublimidad.
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