MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

El peor año nuevo

David Byrne’s Welcome to Dreamland After-party @ Sortie on February 2, 2007 After party. Fuente: nicky digital

Hoy me acabo de comprar la tenida completa para el que, espero, sea Mi Mejor Año Nuevo de todos los años, bailando vallenato en Barranquilla. Pero la realidad me ha enseñado que uno no debe tener muchas expectativas y lo mejor se da de manera espontánea. Así que seguro haré el ridículo bailando vallenato, se manchará mi camisa y terminaré arrojado con insolación en Santa Marta. Bah, lo importante es que se vaya este año tan raro de una vez. Quizá esa sea la lección después de leer el artículo del suplemento Ñ en que cinco escritores (Andrés Neuman, Marina Mariasch y Cecilia Szperling, el chileno Alejandro Zambra y el peruano Santiago Roncagliolo) cuenten su peor fiesta de año nuevo. Tristes, absurdas, pero felizmente ninguna que se compare al cuento "Justo el treintaiuno" de Juan Carlos Onetti. Les dejo la de Alejandro y Santiago:

Alejandro Zambra
Año nuevo en Lisboa

Quería pasar el año nuevo en Madrid, pero mi amigo y su novia insistieron en que los acompañara a Lisboa —no es bueno que te quedes solo, me dijeron, pero eran ellos quienes verdaderamente temían a la soledad; eran ellos quienes necesitaban la presencia de un tercero, de un testigo, de alguien que viajara en los asientos de atrás, durmiendo o fingiendo dormir mientras discutían sobre las rutas correctas, sobre las canciones correctas, e incluso sobre mí, sobre lo que yo debía hacer con mi vida. Recuerdo, con precisión, ese diálogo: al principio hablaban bajo para no despertarme, pero de a poco fueron subiendo el tono. ¿Debía yo volver a Chile? Ella opinaba que sí, él creía que no. ¿Era yo un buen poeta? El decía que no, ella creía que sí. Nos detuvimos en Elvas a almorzar largo y luego hicimos un poco de turismo antes de emprender el tramo final. El pueblo era precioso, pero a esas alturas mis amigos se habían vuelto por completo insensibles a la belleza. La visión de un castillo o de un acueducto no tranquiliza a quienes viajan junto a las personas de las que huyen.Entramos a Lisboa por la noche del 30 de diciembre del año 2001. Dormí muy mal en esa pieza a la que llegaban, con nitidez, desde el cuarto vecino, numerosas recriminaciones y promesas y hasta el detalle de un polvo corto y rutinario. Por la mañana conseguimos entradas para la gran fiesta de año nuevo y la tarde se nos fue en rápidas caminatas que solamente interrumpimos para sacar, en el Chiado, las consabidas fotos junto a la estatua de Fernando Pessoa. Mis amigos discutían, ahora, sobre el posible parecido de Lisboa con Valparaíso, que a mi juicio era anecdótico, pero yo prefería guardar silencio, sobre todo porque la historia de ellos había comenzado justamente en Valparaíso, hacía dos años, cuando la estudiante española aventurera se había encaprichado con el poeta que vendía chocolates por las pensiones del puerto. Pasamos las doce en una plaza menor de la ciudad, en medio de un grupo de gente muy seria que hablaba, con cautela o con pavor, sobre la inminente puesta en circulación del euro. No teníamos relojes, por lo que esperamos a que los demás se abrazaran, pero al parecer esa gente no acostumbraba abrazarse o tal vez nadie en ese grupo llevaba relojes. Cuando ya era evidente que el año había comenzado hacía rato, mis amigos se miraron con amarga solemnidad y enseguida se abalanzaron sobre mí para llenarme de buenos deseos.Entonces fuimos a esa gran fiesta que no fue la peor de mi vida, pues en ese tiempo yo estaba acostumbrado a las fiestas malas, o más bien no creía que las fiestas pudieran ser buenas. Pero fue, sin duda, la peor fiesta en la vida de mis amigos. Pasé la noche en esa discotheque mirándolos hacerse pedazos, como los personajes principales que eran y querían ser. Quedaba, para mí, el alivio de no estar en el centro de esa pista movediza; el alivio de ser solamente un personaje secundario que pedía dignamente, cada tanto, otro whisky.


Santiago Roncagliolo
Mi primera borrachera

Yo tenía catorce años y no sabía nada de la vida. Pero comprendía que estaba a punto de entrar en un territorio de leyenda, en un lugar del que no se salía indemne, en la meca de la vida social: me habían invitado a una fiesta de quince años.Por entonces, entre los colegios de varones de Lima, el ranking femenino se establecía por colegios: una fiesta del San Silvestre era lo mejor que te podía ocurrir: significaba que tu futuro social estaba garantizado. No muy atrás quedaban las del Santa Ursula y el Villa María, que implicaban que eras aceptado en la pequeña aristocracia limeña. Aún resultaban respetables los colegios Belén y Sophianum. Y en el último lugar, casi en segunda división del atractivo femenino, estaba el colegio Nuestra Señora del Desamparo. Mi primera fiesta de quince años fue de ese colegio. Había que ir elegante a esas cosas. Yo llevaba una corbata mal anudada y un traje que mi papá había mandado a reducir para no comprarme uno nuevo. Papá insistía en que era un traje muy bonito de casimir. Es verdad que había sido bonito muchos años antes, antes incluso de mi nacimiento.Lo bueno es que ir vestido como un espantajo de los años sesenta no se veía especialmente mal en esa fiesta, cuyo sentido estético era muchísimo peor que el mío: las paredes estaban decoradas con rosas pegadas con cinta adhesiva, las chicas llevaban medias de bobitos, la quinceañera bailaba con su padre una versión pop del "Danubio Azul", y yo me sentía solo como una cucaracha con la corbata mal anudada.Yo no conocía a nadie, porque la fiesta era de una amiga de mi enamorada. Y mi enamorada se había retrasado en la peluquería. Así que me dediqué a hacer lo que un hombre de verdad haría en esas circunstancias: beber.Yo tenía catorce años y no sabía nada de la vida. No distinguía la cerveza del champán, el vino del whisky, el licor bueno del malo. Para cuando mi novia llegó de la peluquería, ella llevaba en la cabeza una especie de pastel de bodas negro e iba enjoyada como un árbol de Navidad. Y yo llevaba una borrachera de campeonato. Pero además, yo no sabía que estaba borracho, porque nunca lo había estado. Entonces empezó lo peor.Después de "El Danubio Azul", se dio paso a la tradición de que la quinceañera arrojase de espaldas un ramo de flores hacia los chicos. El que cogiese el ramo, debía bailar con ella. Ese era el momento en que todos los hombres se arrastraban por las paredes y se ocultaban entre los arbustos para huir del temido ramo. Todos menos el borracho, claro.Mi memoria de ese momento no es muy nítida, pero recuerdo que algo me cayó en la cabeza, que en el auditorio se oyó un suspiro de alivio y que, súbitamente, sentí que me arrastraban hasta topar con una figura blanca, delgaducha y sonriente: era la quinceañera. Imagino que ella estaba demasiado emocionada con la ocasión para prever lo que ocurriría. Y yo... bueno, yo no estaba en mis mejores días. La pieza que nos tocaba bailar era un vals, y a mí me costaba mucho coordinar mis movimientos, de modo que empecé a dejar que ella me llevase. Pero realmente, ella se movía demasiado rápido, describía gráciles piruetas sobre la pista de baile, y las sacudidas empezaron a perturbar mi delicado estómago. Intenté retirarme mientras estaba a tiempo, pero ella me apretó más fuerte y me recordó que la canción no había terminado, y de todos modos daba igual, porque ya era tarde, y entonces los compases del vals y las medias de bobitos y la sonrisa orgullosa del papá ya se me mezclaban con los tallarines del almuerzo, y la leche del desayuno, y con alguno que otro de los canapés de la fiesta, que francamente no estaban tan malos, pero que de todos modos devolví en su integridad a su verdadera propietaria, y precisamente sobre su blanco velo, símbolo de su pureza, de su inocencia y su virtud.Mi siguiente recuerdo es el de mi cabeza sumergida en el water. De vez en cuando, alguien la levanta y me larga un par de bofetadas. Bajo la pelea de gatos que parece su peinado, reconozco a mi novia, o más bien, ya en este momento, mi ex. Pero yo tengo catorce años, aún no sé nada de la vida, y de todos modos, las chicas de su colegio no figuran en el ranking femenino escolar.

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10:28 a. m.

Ja,ja,ja,ja, esa foto, me pregunto cuántas sorpresas habrá dado el barbudo a la gente no sobria... Oiga, lo del cuento de Onetti es rarísimo; yo estuve buscando y no encontré nada, qué envidia que encuentre a la primera... Curiosas historias...    



7:11 p. m.

Zeta, nuevamente sus comentarios me dejan con cierta intriga y me refiero a eso que dice cuando escribe "Oiga, lo del cuento de Onetti es rarísimo; yo estuve buscando y no encontré nada, qué envidia que encuentre a la primera... "
Aqui hay varias cosas. Primero: cuando dice que el cuento de Onetti es rarisimo. Si pudiera aclarar en que sentido. Se refiere al contenido del cuento o se refiere a que no lo encuentra, no lo ha podido leer y de alguna manera duda que exista?
Segundo: me pregunto que estuvo buscando que no encontro? Hay un punto y coma luego de esa impresion lo que me hace suponer que se esta refiriendo al cuento pero no se si esta hablando de la trama contenida en el cuento de Onetti o si -y lo reitero por segunda vez- es lo referente a que para usted sencillamente el cuento de Onetti, no existe. Tercero: lo referente a la envidia y el hallazgo. Podria aclarar quien envidia a quien a la primera y sobre todo cual es el hallazgo al que se refiere? O, en otras palabras, que es lo que se encuentra. El cuento de Onetti? Favor de aclarar, gracias.    



10:55 a. m.

Yo les recomendaría el cuento de Bryce "Y que tenga usted un feliz año nuevo, Parodi" (incluido en "Guía Triste de París"), con un final que sólo el mejor Bryce podía haber creado.    



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