Un país sin fronteras
El narrador peruano radicado en Madrid Jorge Eduardo Benavides anda en Lima, comiendo delicioso y descansando un poco con Eva y dictando también en la Escuela que dirigimos Alonso Cueto y yo en el CCPUCP. Pero no suelta el vínculo con España. De eso, del exilio, justamente trata el artículo que que este fin de semana apareción en Babelia un artículo titulado justamente "Un país sin fronteras":
España, Estados Unidos y Francia, fundamentalmente, siguen siendo los destinos "naturales" de muchos escritores hispanoamericanos, pero también son los destinos subterráneos de una poderosa e imparable corriente migratoria en la que ahora parecen disolverse las voces de los escritores que llegan junto con ella y que ya difícilmente la representan, como si los escritores que vivimos actualmente en Europa o en Estados Unidos apenas tuviéramos nada que contar respecto a la inmigración. Y ello pese a que muchos de los nuevos escritores que llegan a España o Estados Unidos, a Francia o Italia, se han visto forzados, no por razones políticas sino más bien económicas -o sea, rabiosamente políticas- a emigrar. Sin la aureola de prestigio que supone el exilio político ni el crédito de la inmigración académica, escritores mexicanos, bolivianos, peruanos, se buscan la vida en los mismos trabajos que gran parte de sus paisanos y se instalan así en idéntica situación que ellos. Pero no obstante, las historias que escriben, sus cuentos y novelas, poco o casi nada tiene que ver con ese nuevo panorama en el que se han instalado más o menos forzosamente. Es cierto que no en todos los casos y que hay una cierta cantidad de novelas que recogen la experiencia cotidiana, pero de ninguna manera parece ser por el momento la pauta. En España, para el peruano Fernando Iwasaki, el ecuatoriano Leonardo Valencia, el colombiano Juan Gabriel Vázquez o el chileno Carlos Franz -todos ellos afincados aquí desde hace varios años- no parece aún ser el motivo principal de su literatura -que no de sus reflexiones- la inmigración y sus meandros, incluso en el caso del venezolano Juan Carlos Méndez Guédez que tiene una novela estupenda (Una tarde con campanas) donde se perfila esta situación. Supongo que los escritores tardamos mucho más en deglutir las experiencias vitales hasta que por fin se convierten en motivo literario y reclaman su derecho a la existencia. La inmigración puede así resultar un tema literariamente poco maduro, aunque ello de ninguna manera signifique que como fenómeno social lo sea.
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