MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Pamuk recuerda

Orhan Pamuk. Fuente: bernardo pérez

Hoy en la sección cultural de "El País", como un aperitivo para lo que significará la presencia de Turquía en la Feria del Libro de Frankfurt, se publica un testimonio de artista adolescente de Orhan Pamuk:

Cuando yo decidí ser escritor el punto de vista dominante, tanto en la poesía como en la novela, no era sólo el que un individuo solitario expresara con palabras su propio ser, su alma y sus singularidades, sino que también se valoraba que el escritor, actuando en equipo con un grupo, una colectividad o con sus compañeros, contribuyera en algo a una utopía, a un sueño (modernismo, socialismo, islamismo, nacionalismo o republicanismo laico). Por esa razón, para los autores nunca fue una cuestión literaria el impulso de aprovecharse de la Historia y la tradición para encontrar la forma literaria que más les sirviera para expresar su voz, sino que, en su lugar, se transformó en parte del sueño de construir la sociedad, la nación, feliz y armoniosa del futuro codo a codo con el Estado. A veces pienso que en el último siglo la literatura modernista y optimista, sea tanto republicanista, ilustrada y laica como socialista igualitaria, ha perdido de vista el espíritu de lo que ocurría en las calles de Estambul y en sus propias casas por tener la mirada demasiado puesta en el futuro. Me da la impresión de que los autores que lamentan la pérdida de la cultura del pasado, como Tanpinar o Abdülhak Sinasi Hisar, y los que aman sin prejuicios la poesía y la vitalidad de las calles de Estambul, como Ahmet Rasim, Sait Faik o Aziz Nesin, explican mejor la vida que vivimos que aquellos que se preocupan apasionadamente por cómo Turquía puede alcanzar un futuro brillante. Después de que comenzaran los movimientos de occidentalización y modernización, el problema fundamental de todas las literaturas no occidentales, no sólo la turca, ha sido la dificultad de abarcar al mismo tiempo los sueños de futuro con los colores del presente, el sueño de un país y un ser humano modernos con el placer de vivir en el mundo tradicional existente. El que los escritores que imaginan un futuro radical muchas veces hayan intervenido en disputas políticas y luchas por el poder y hayan dado con sus huesos en la cárcel ha endurecido y hecho más amargas sus voces y sus observaciones.

Para mí, este fragmento es mi favorito. Parece que las madres peruanas y las madres turcas tienen mucho en común:

Entre 1970 y 1990, después de escribir, mi principal ocupación consistió en comprar libros para formarme una biblioteca que contuviera todos los libros importantes y útiles dignos de interés. Mi padre me daba una buena cantidad de dinero para gastos. A partir de los dieciocho años convertí en costumbre el ir una vez por semana al mercado de libros de Beyazit. Me pasaba horas, días, en aquellas tiendas calentadas a duras penas por pequeñas estufas eléctricas, rebosantes de pilas de libros sin clasificar y en las que todo el mundo, desde el dependiente y el dueño hasta el visitante ocasional o el aficionado buscador de libros, tenía aspecto de ser muy pobre. Entraba en una tienda que vendía libros de segunda mano; inspeccionaba uno por uno todos los estantes y todos los libros; escogía uno de historia sobre las relaciones otomano-suecas en el siglo XVIII, o las memorias del director médico del Hospital Psiquiátrico de Bakirköy, o las notas de un periodista testigo de un golpe de Estado frustrado, o una monografía sobre los edificios otomanos en Macedonia, o una antología en turco de las memorias del viaje de un alemán que había venido a Estambul en el siglo XVII, o las reflexiones de un catedrático de la facultad de medicina de Çapa sobre la neurosis maniaco-depresiva y la predisposición a la esquizofrenia, o el diván de un olvidado poeta otomano comentado y traducido al turco de nuestros días, o un libro de propaganda ilustrado con fotografías en blanco y negro sobre las carreteras, edificios y parques construidos por la diputación de Estambul en los años cuarenta; regateaba con el dependiente y me lo compraba. Al principio reunía todos los clásicos de las literaturas universal y turca -aunque para la literatura turca sería más apropiado decir "libros importantes"-. Los otros, pensaba que ya los leería algún día, como los clásicos. Pero incluso mi madre, preocupada por lo mucho que leía, se daba cuenta de que compraba más libros de los que podía leer. "Por lo menos no compres más sin haberte acabado los que has comprado ahora", decía bastante harta.

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