La ninfa de Cabrera Infante
La ninfa inconstate, la novela póstuma de Guillermo Cabrera Infante en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lecto da miedo. Y es que uno no sabe qué hacer cuando se enfrenta a esas obras aparecidas, como por arte de magia, años después de su muerte. ¿Un Frankestein literario o qué? En "El Cultural" Joaquin Marco hace una reseña cuidándose mucho de decirnos si es buena o mala, limitándose a hablarnos del tema. ¿Qué será? Dice la reseña:
Como indica ya el título, La ninfa inconstante, vendrá a presidir con un deje nostálgico la recuperación de un tiempo en el que confluyen la juventud, la efervescencia urbana y el amor. Estela Morris, su protagonista, mantiene cierto paralelismo con aquella “niña mala” (Travesuras de la niña mala, 2006) de la novela de Mario Vargas Llosa. El protagonista vivirá intensamente su descubrimiento y sus ardientes amores iniciales, cuando ella todavía no ha alcanzado la mayoría de edad. Poco después se describirá su transformación en mujer y sabremos, dada la distancia desde la que se narra, algunos detalles de su futura evolución, de sus posteriores parejas, de su inclinación al lesbianismo y hasta de su muerte. Sin embargo, el autor ha elegido un momento preciso, puntual, del desarrollo de su personalidad, el que coincide con su oficio de periodista en la revista “Carteles” en el marco de una ciudad lúdica, como su mismo arte de narrar. En gran medida los aciertos de su elaboración textual residen en el juego del espléndido lenguaje narrativo que ya conocíamos de sus novelas anteriores, aunque aquí tal juego resulte más intenso. Abundan las cacofonías, las distorsiones de frases hechas, los juegos de palabras, su personal sentido del humor, la utilización de citas de diversos autores que el lector ilustrado podrá advertir, personajes novelescos y cinematográficos (es de sobra conocida su afición y dedicación al cine). El ingenio de un Cabrera Infante culto que entiende la novela como una fórmula de la autobiografía y ésta como parte de un ensayo sobre el significado de la existencia. Merecería ser anotado para no perderse en la intrincada selva de las alusiones. No desdeñará ni siquiera las greguerías (p. 157) y subyacerá en la historia amorosa un argumento próximo al bolero, sustrato folklórico, constante y fórmula narrativa que explicitará muy a menudo. Cuando el protagonista, casado y con hijos, conoce a esta muchacha ya nos advierte: “ya que soy el narrador tendré que hacer el papel de villano”. Por consiguiente, entre la compleja relación que se establecerá, en el fugaz amor a primera vista, nunca se recurrirá a fórmulas morales.
Desde luego, la alusión a Lolita de Nabokov no podría estar ausente con el título de la novela:
Guillermo Cabrera Infante tratará de evadirse del esquema que trazó en su día Vladimir Nabokov con su ejemplar Lolita, aunque la trama inicial muestre un natural paralelismo. No aparecerá aquí, sin embargo, el sentido moralizante de la sociedad estadounidense, sino el liberalismo erótico-sentimental cubano. En realidad, la frágil trama amorosa (porque de novela de amor y desamor se trata) es una mera excusa para recrearse en La Habana perdida y ubicua.
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