Moleskine en Bogotá
Dentro de unas horas, este lunes por la madrugada, voy al aeropuerto Jorge Chávez y salgo por unos días rumbo al Festival Viva América. Mi experiencia me ha enseñado que cuando estoy de viaje me resulta casi imposible postear, así que quizá no se mueva esta página hasta el día jueves nueve en que regreso. O quizá sí, quién sabe. Los que me conocen saben de mi furibunda repulsión contra los aeropuertos, los gates, las migraciones, las revisiones, los aviones, las comidas con cucharita de plástico, etc. Los que me conocen aún mejor saben que en esta ocasión, especialmente, mi fortaleza mental va a pasar una prueba de fuego muy dura al comparar este viaje con el último que hice, en agosto, que dejó una huella tan profunda en mí. Hasta ahora no sé cómo podré, simplemente, mostrar el billete en el mostrador o pasearme por las perfumerías de los duty free sin deshacerme como si fuera de espuma. Va a ser duro, pero será una lección de la que saldré fortalecido o, como lo he dicho antes, con brazos más largos. Eso espero porque, además, me esperan varios viajes más hasta fin de año que no puedo rechazar. Confieso que hasta hace unos minutos estaba decidido a cancelarlo todo, retrocedí, pero no lo haré. Viajaré y será como si se reescribiera el primer párrafo de El Aleph ("comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita") otra vez, infinitas veces, hasta que terminemos por aprender la lección.
Tomo impulso ahora y me voy para el aeropuerto. Y a mis amigos colombianos solo les pido una cosa: llévenme a bailar buena salsa, por favor. Soy una estaca bailando pero me sé todas las letras de las canciones. ¿Eso sirve de algo?
Mucho ánimo, mi próximo viaje es sin moverme de aquí.
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