Modiano en el café
Debo confesar que mi relación amical con Edmundo Paz Soldán está atravesando por una crisis. Estoy a punto de bajarlo del olimpo de personas cuyas recomendaciones literarias sigo a pie juntillas. Mientras él no se cansa de recomendarme jóvenes promesas latinoamericanas o españolas que me dejan helado, sin palabras, aburrido, yo le recomiendo lecturas como las de Peter Stamm ante las cuales Edmundo no dice nada, sentado en lo alto de su inaccesible trono como uno de los 50 intelectuales latinoamericanos más influyentes. El punto de inflexión ha sido la lectura de Patrick Modiano. Ricardo Sumalavia dice que es estupendo, y yo después de leer Un pedigrí confirmo su impresión. Pero Edmundo Paz Soldán y su cómplice Diego Salazar se burlan de Modiano y lo ridiculizan. Pues acaba de salir una nueva novela de Modiano en Anagrama (En el café de la juventud perdida) y pienso leerla a pesar de Edmundo y Diego. La reseña de Pedro B. Rey en el ADN Cultura me quita cualquier duda. Dice:
La novela se construye a través de una serie de relatos sobre un personaje femenino, Louki, que fue habitué de ese bar que hoy, según se dice, ya no existe. Un estudiante y admirador, uno de sus amantes, un detective contratado para encontrarla, narran, en épocas distintas, lo poco que saben de Louki. Como polillas nocturnas, sus palabras rodean el monólogo de la propia muchacha que, ubicado en el centro de la novela y desde un presente que retorna eternamente, devela algunos de sus secretos. La trivialidad de la anécdota, la simplicidad de las frases no hacen más que realzar la etérea construcción de la novela y la densidad de sus agujeros negros. También permiten el retrato de esas "zonas neutras", esas zonas intermedias, "tierras de nadie en donde estaba uno en las lindes de todo, en tránsito, o incluso en suspenso", que suelen figurar en los libros de Modiano. Aquí, esa zona es aquella en que transcurrió una juventud personal e irrecuperable, y en la que también, para parafrasear el célebre dictum de Gertrude Stein, se perdió otra generación. En el café puede considerarse la heredera más sutil de aquellas novelas "serias" escritas por Georges Simenon, pero también como la pieza que faltaba para que la bohemia parisiense de los años cincuenta y sesenta tenga su tríptico: el libro de Modiano queda muy bien al lado de Todos los caballos del rey (1960), de Michèle Bernstein (la primera mujer de Debord), y de Una dulce destrucción (1988), de Hugo Claus.
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