Vila Matas viajero
Vila Matas no se agota nunca. Acaba de estar en Praga, donde se encontró con diversos peruanos (como Ricardo Sumalavia y Teresa Ruiz Rosas) y pronto regresará rumbo a Burdeos donde espera encontrarse, entre otros, con su entrañable amigo Sergio Pitol. Pero antes estuvo en Portugal, donde Daniel Mordzinski lo retrató con lentes oscuros y gabardina. Y después de ese viaje, pero antes de Praga, estuvo en París. Y en su "Dietario Voluble" da cuenta de este viaje literario que incluye una visita a librerías (donde encuentra, en medio de apetitosas obras francesas, una versión traducida del querido Antonio Ungar), un encuentro con la casa de Apollinaire y una recomendación libresca que conseguiré cuando vaya a Madrid: La isla, de Giani Stuparich publicado por Minúscula.
En la librería L'Écume des Pages adquiero diversos libros. Trieste dans mes souvenirs, de Giani Stuparich; Daniel, de François Jonquet (una semblanza del actor Daniel Emilfork, hecha por uno de sus mejores amigos); Contes carnivores, de Bernard Quiriny; Le rapport Stein, de José Carlos Llop, un libro muy bien acogido en Francia; el número de abril de La Nouvelle Revue Française, con el homenaje que Linda Lé y Antonio Lobo Antunes le rinden a Christian Bourgois, el gran editor recientemente fallecido; Mes enfers, del alemán Jacob Elias Poritzky (1876-1935); Plein été, de Colette Fellous; Les oreilles du loup, la versión francesa de la novela de Antonio Ungar, un excelente escritor colombiano que vive actualmente en Palestina.
(...) en la esquina de Saint-Guillaume con el Boulevard Saint-Germain, en el número 202, encuentro la mansión y las buhardillas del poeta Apollinaire. En un quiosco cercano compro el último número de la ultramoderna Technikart y doy allí con un artículo de Antoni Casas Ros, el famoso escritor invisible, absolutamente de moda en París. En su texto el autor de El teorema de Almodóvar reivindica el derecho del escritor a no hacer nada, a tomarse todo el tiempo que necesite para la lenta eclosión de sus gérmenes. Imagino al hombre invisible sin hacer nada y luego miro hacia la casa de Apollinaire y me acuerdo de los objetos y rarezas que él y su mayordomo robaban sistemáticamente en el Louvre todas las mañanas y que fueron acumulando, a lo largo de los años, en las buhardillas del inmueble. Eran otros tiempos, sin duda. Eran días en los que aún se podía ir de excursión a robar al Louvre. En el vuelo de regreso leo el relato largo La isla, del triestino Giani Stuparich (1891-1961), publicado por Minúscula. Me impresiona. Es una obra maestra, una historia de vida y muerte, vista con la luz más despiadada y objetiva del más hermoso de los días. Me ocuparé otro día de ese intenso relato, porque hoy me parece que apenas tengo tiempo, y mañana salgo hacia Praga.
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