Clarice Lispector reunida
Los cuentos completos de Clarice Lispector, editados por Alfaguara, dan pie a Mauro Libertella para escribir en Radar Libros una semblanza de la gran escritora brasileña, una de las definitivas caseritas de este Moleskine Literario.
Dice la nota: "Cuando los primeros libros de Lispector empezaron a circular, la crítica de su país se limitó a espetar un abanico de lugares comunes, de esos que vienen prefabricados pero que, leídos con cierta atención, dicen mucho del estado de una literatura. Hablaron así de una escritura “rara”, de algo “diferente”, y no tardaron en proyectar una filiación con las poéticas de James Joyce y Virginia Woolf (es curioso recorrer algunos ensayos de crítica genética y descubrir que, al momento de la publicación de Cerca del corazón salvaje, Lispector no había leído nunca ni a Joyce ni a Woolf. Por supuesto, el dato avala las teorías que hablan de una sensibilidad común, de un espíritu de época que algunos supieron captar y plasmar). Luego, cuando el tiempo fue discurriendo y los epígonos empezaron a emerger, muchos coincidieron en que Lispector había abierto una puerta inmensa para la literatura; un puerta que, paradójicamente, era muy difícil de cruzar. No es un caso aislado: hay escritores que inventan una literatura, un nuevo lenguaje incluso, y que se consagran, por la audacia misma de sus textos, como los únicos pasajeros –o los más ilustres– en ese viaje que proponen. De ese modo, por un tiempo, fue difícil escribir del modo en que Lispector había enseñado a hacerlo sin copiarla. Quizás haya sido desde la muerte de la autora, cuando el peso de su existencia se eclipsó ante ese otro fantasma que es la obra que queda, que las nuevas generaciones pudieron separar lo que era aprendizaje de lo que era imitación. Lo cierto es que gracias a Lispector, a Guimaraes Rosa y a un puñado de escritores más, la literatura brasileña se abrió implacablemente a ese territorio infinito del alto modernismo, una literatura sofisticada y osada que han sabido cultivar como pocos en el continente.
Cuentan que días antes de su muerte pudo ver publicada su última novela, La hora de la estrella. Muchos han incurrido desde entonces en el peligroso vicio de la conjetura para preguntarse qué hubiera escrito Lispector de haber podido seguir produciendo. ¿Hacia dónde hubiera ido su literatura? ¿Qué temas la habrían obsesionado? ¿Cómo se habría modificado su subjetividad en los ‘80 y los ‘90? Imposible saberlo. Lo que sabemos, efectivamente, es lo que dejó. Una obra de una complejidad irreductible, que corre siempre hacia adelante, y que ha llevado a una de sus cumbres más altas a la lengua portuguesa y a la cultura brasileña en general. Pero, sobre todo, una literatura universal, de esas que vuelven obsoletos conceptos como “literatura nacional” y “literatura epocal”. Y si, llegando al final de estas líneas, nos preguntáramos, como deberíamos haber hecho al principio, ¿quién fue Clarice Lispector?, probablemente la pregunta seguiría persistiendo en su imposibilidad de ser contestada. Tal vez haya que recurrir de un modo desesperado, como en un manotazo final, a las palabras de Antonio Callado –escritor y amigo– y decir que Clarice fue una “extranjera en la Tierra”.
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