Ahá, dijo el autor
En el ADN Cultura leo un comentario sobre el último libro de JM Coetzee, Diario de un mal año, que terminé de leer hace unos días y me parece impresionante, tan conmovedor como Hombre lento si se quiere. Lo que realmente me atrajo del artículo de ADN fue la anécdota del escritor huraño perdido en el Festival Literario de Paraty, en Brasil, y el fallido pero noble intento del corresponsal de entablar una conversación. Aquí se las dejo:
Dice la nota: "La condición no era negociable. El Nobel J. M. Coetzee solo aceptaba participar de la Fiesta Literaria Internacional de Paraty si se cumplían tres requisitos: no daría ninguna entrevista, no conversaría con el público y no aceptaría que su obra fuera discutida en el encuentro. Dicho eso por el presentador, en una carpa gigante instalada en medio de las calles empedradas de esta ciudad colonial, J. M. Coetzee se largó a leer. Su única participación como estrella de la Fiesta sería revelar algunas páginas de su entonces libro inédito Diario de un mal año . La única concesión que hizo Coetzee fue decir "boa noite" al comienzo y un musitado "obrigado" al final.
Coetzee -en afrikáans se pronuncia "Coutsía"- no es una figura fácil. El autor de Desgracia -sin duda el texto en el que alcanzó, hasta ahora, su auge-, no puede conversar, o no le gusta hacerlo. En Paraty, durante una cena en que una editora reunió a las estrellas del encuentro, Coetzee estaba en la mesa con Gordimer y otros escritores de su estatura. "Disculpen, yo no voy a hablar. Pero adoraría escucharlos, me haría muy feliz", les dijo, y prácticamente no volvió a abrir la boca en toda la cena. Un día, en medio de una aglomeración de gente para entrar a escuchar el encuentro entre Gordimer y Oz, este corresponsal vio a un perdido Coetzee. Como no habla portugués -en fin, como no habla-, el escritor no sabía qué hacer, cómo sortear el tumulto y entrar. Era una buena oportunidad para intentar un contacto. Le pregunté si necesitaba ayuda. "Yes", se limitó a decir. Lo ayudé a entrar, evitando la horda de los que luchaban por ingresar como a un recital de rock. Para ganar tiempo, le pedí que me autografiara uno de sus libros. Sin responder, pero con una gentileza muda, tomó el libro y lo firmó. "Sé que no concede entrevistas", dije. "Ahá", respondió. "Pero quería comentarle que fue muy interesante leer su crítica sobre Memoria de mis putas tristes , de Gabriel García Márquez", seguí. "Ahá", dijo, esta vez levantando la vista mientras terminaba de firmar con una letra de alumno de primer grado con problemas de timidez o estima. "No debe de ser fácil para un premio Nobel escribir una crítica, y más de la forma en que lo hizo, sobre otro premio Nobel", agregué. "Ahá", dijo, y esta vez pareció insinuar una sonrisa, aunque puede haber sido solo una impresión. Entregó el libro, miró a los ojos, dijo " thanks " por la ayuda para entrar en el encuentro y partió. No se puede esperar mucha efusividad de alguien que ganó dos veces el Booker Prize y no fue ninguna de las dos veces a retirarlo. O que hizo el discurso más corto de los 107 años del Premio Nobel, al ganarlo en el 2003. "
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