Antígona
Rodolfo Rabanal empieza el artículo central de Radar Libros con este párrafo: "La semana pasada supe que en Mérida, España, una compañía teatral argentina ha puesto Antígona, con sostenido éxito, en el marco del festival de esa ciudad. Hay otra representación en Londres a manos de actores ingleses y una tercera en Berlín (me refiero siempre, claro está, a la célebre tragedia de Sófocles). No indagué en otras ciudades del mundo pero no sería para nada sorprendente que en este mismo momento Antígona ocupe la atención de cientos de espectadores en muchas otras partes". De inmediato recordé, obviamente, la extraordinaria puesta en escena de Yuyachkani de aquella traducción libre, adaptación o recreación, que hizo de la obra de Sófocles José Watanabe. El libro de Watanabe es de una belleza impresionante, hay que subrayar, y merecería una reedición. Y también recordé el post de Gustavo Faverón que hace unos días la mencionba coincidentemente. Sin duda, mientras exista dictaduras de cualquier tipo la obra de Sófocles seguirá manteniendo vigencia.
Dice la nota: "¿Es tan actual Antígona como para convencer a elencos y empresarios teatrales de su enorme vigor y pujante belleza? ¿Qué tipo de identificación se desprende de esta obra para que, sobre todo el público joven, acuda a las salas con la vaga certeza de ver "algo nuevo" y salga después de ellas con la convicción de haber asistido a un tónica revelación de carácter generacional? Antígona no es, desde luego, un canto a la alegría. Sus profundidades eróticas, si las tiene, no son evidentes. Su final no es precisamente feliz y su desarrollo es tenso, rápido, poseedor de un suspenso que parece una amenaza. Yo recuerdo la versión cinematográfica de George Tzavellas, con Irene Papas, y hace poco vi a la espléndida –y bella– Svetlana Beriosova en el ballet de John Cranko, con música de Mikis Theodorakis, en una filmación de esos años, entre 1958 y 1960, y en ambos casos me sentí en presencia de una suerte de portento (...) ¿Es Antígona actual? Lo es hasta tal punto que los nazis tomaron siempre partido por Creonte. Lo es, porque el tipo de confrontación que plantea no se detiene en el campo de la vida política, ya que con reveladora eficacia desnuda y escenifica otras antinomias esenciales de permanente vigencia. Ahí está el eterno conflicto entre la mujer y el hombre (el amor como un encuentro de opuestos), la eterna confrontación de géneros, los choques generacionales (una joven y un hombre adulto), lo íntimo y lo público bajo la luz cruda de mandatos contrarios. Uno percibe que la apelación de Antígona hunde sus argumentos en las más profundas razones del ser, su discusión advierte al Poder sobre los límites vulnerables de su naturaleza y exhorta al cumplimiento de mandatos indiscutibles: respetar a los muertos, considerar la esencia del amor. Me parece –sin caer en sexismos demagógicos– que no es casual que Antígona sea mujer, del mismo modo que no fue casual que fueran las Madres y no los padres quienes desafiaran al régimen de Videla. No necesariamente todas las mujeres serán más valientes que los hombres, pero no es corriente que un hombre se comporte como Antígona y sí es posible que muchas mujeres lo hagan. Sófocles lo sabía.
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Pero no sólo tendrá vigencia mientras existan dictaduras; sino mientras existan divisiones y conflictos humanos en general...
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