MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Alan Pauls recomienda

Carátula de la novela recomendada por Alan Pauls. Fuente: Qué Pasa.

En la revista chilena Qué Pasa (del diario "La Tercera") aparece una sección llamada “La Guía de…” que no me pierdo. En ella un autor recomienda ahí películas, CD, DVD y un libro (si se les ocurre hacer algo así en Perú, pidan que también recomiende un restaurante). La semana pasada apareció Rodrigo Fresan (quien recomendó la última novela, no traducida aún, de Murakami) y esta semana le tocó a Alan Pauls quien recomienda a uno de mis autores admirados: Manuel Puig. Esto dice Alan Pauls:

The Buenos Aires Affair. Con Manuel Puig me pasa siempre lo mismo: releo sus libros más viejos y noto que los únicos que hemos envejecido somos el mundo y yo. Es cómico. Acosado por el fantasma del deterioro físico, como las starlets de Hollywood de las que era devoto, Puig durante años publicó en las solapas de sus libros la misma foto, una foto de juventud en la que lucía sonriente y lozano, vagamente parecido a Tyrone Power. Qué infantil se ve hoy ese ardid a la Dorian Grey al lado de la desvergonzada afirmación de vitalidad que encarna su literatura. Releí hace unos días "The Buenos Aires affair". Puig la publicó en 1973, en plena rentrée peronista, y el insidioso cóctel de obscenidad y política que contrabandeaba bajo el rubro de "novela policial" no tardó en herir susceptibilidades. El libro fue prohibido y un año después, amenazado de muerte, Puig emprendió el exilio (Nueva York, Brasil, México) que duraría hasta su muerte. Leído hoy, cuando el fervor de esos años de pólvora sólo sobrevive como souvenir turístico o espectro retórico de la pasión militante, el libro es tan extravagante como perspicaz y abre el ciclo de novelas con el que Puig cambiaría en Argentina la relación entre política y literatura. El "tema" de "The Buenos Aires affair" es el mismo que desvelaba a aquel país sacudido por la violencia: el problema de los medios y los fines. Sólo que Puig "traduce" ese álgido nudo político al idioma de un melodrama disfuncional, acosado a la vez por la pornografía, el cine de Hollywood (cada capítulo aparece presidido por un fragmento de guión de un film de los años 40 protagonizado por una mujer) y un imaginario romántico envenenado de anacronismo. Sembrada de pequeñas joyas truculentas -como una artista conceptual naïve y tuerta que dialoga con los desechos con que compone sus obras-, la novela, sin embargo, alcanza sus máximos picos de rareza y escándalo por su tono, sus procedimientos y su maquinaria narrativa, que no abrevan en la literatura sino en el monitoreo crudo, burocrático, a la vez sádico e impersonal, del archivo policial.

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