Calderón Fajardo arremete
[EL HABLADOR] Signo inequívoco de los nuevos aires de la literatura peruana: Carlos Calderón Fajardo, cuyos dos últimos libros pasaron prácticamente desapercibidos, ahora es entrevistado por todos los medios (adelanto en "Somos" incluído) a raíz de la edición de La segunda visita de William Burroughs. Parece que el "raro" de la literatura peruana ya no lo es tanto. A propósito de ese apelativo, que me parece que no le gusta a Carlos, en la entrevista del diario "Correo" (que publica Carlos Sotomayor en su blog renovado y, ahora sí, constantemente actualizado) dice: "Iwasaki acusó una vez a Thays, quien siempre hablaba bien de mí, por ser partidario “de un autor raro, huraño”. Y no es así. Lo que si no soy muy sociable, pero tímido no soy". Para ser precisos, la frase exacta de Fernando Iwasaki (en el artículo "Santa Prosa de Lima") fue "Cada escritor se inventa su tradición y por eso Thays se proclama del linaje de Luis Loayza, Gastón Fernández y Carlos Calderón Fajardo, tres autores discretos, esquivos y austeros que Thays convoca a la vera de Proust, Chéjov y Nabokov". Queda claro, entonces, que Fernando no pretendía descalificar a Carlos por su timidez, sino realzarlo por su discresión.
Por otra parte, en la entrevista a Carlos que aparece en "El Hablador" encuentro un par de respuestas vinculadas a Miguel Gutiérrez que, creo, serán de mucha ayuda para quienes quieran saber cómo era el ambiente literario en los años 70, cuando el grupo Narración apareció en escena: "Dentro de Narración, Miguel Gutiérrez era quien marcaba la línea dura. Lo seguían Hildebrando Pérez Huarancca y Antonio Gálvez Ronceros. Otros no eran tan duros, como Gregorio Martínez y Augusto Higa; y por eso había discusiones muy fuertes que terminaron quebrando al grupo. Incluso algunos, como Nilo Espinoza o Eduardo González Viaña, fueron expulsados".
Luego, comentará sobre la amistad con Miguel Gutiérrez y las causas de su posterior alejamiento: "Con Miguel Gutiérrez he tenido una amistad muy íntima. Nos veíamos casi todos los días y hablábamos de literatura, nunca de política. Nuestra relación comenzó a romperse cuando él escribió La generación del 50, que para mí era absolutamente inaceptable, por la posición política y porque le echaba barro a todo el mundo. Pero el rompimiento definitivo ocurrió cuando Cancho Larco, director de Quehacer, me invitó a escribir un artículo sobre Lima y la novela de hoy. Yo escribí que no existía una novela sobre la Lima de hoy, una novela total, no había una Manhattan Transfer de Lima, y que en los ochenta una novela así era impensable. En esa época, Gutiérrez estaba escribiendo La violencia del tiempo y no soportó que yo cuestionara la novela total, precisamente lo que él estaba haciendo. Así que en el siguiente número de Quehacer publicó una respuesta feroz donde ni siquiera mencionaba mi nombre. Mi amigo íntimo me atacaba terriblemente, y terminaba diciendo: “ni este señor ni yo veremos el resplandor del fuego. Sólo lo verán quienes en este momento están peleando la revolución”... ¡Y él estaba escribiendo una novela de mil 200 páginas! Si te consideras un escritor popular, es absurdo escribir una novela de esa extensión. Ese libro jamás lo va a leer, ni siquiera lo va a poder comprar, un proletario".