Egos revueltos
En su libro de memorias Egos revueltos, además de contar historias de y con escritores, Juan Cruz trata de definir algunas de las labores no consideradas en el contrato de los editores (y los agentes literarios). Una de ellas, dice, es de asistentes (de las megaestrellas, porque a los que venden poco no les dan a veces ni los saludos navideños). Dice por ejemplo:
El editor como farmacia de guardia. Los editores son, sobre todo, acompañantes. Ésa es una de las tesis mayores de Egos revueltos. "El autor necesita auxilio, y aunque no lo pida, tú se lo has de dar; ser editor, además de conducir de la mejor manera posible las ideas que están detrás de los libros, es también ser farmacia de guardia, médico de guardia, estanco de guardia, dentista de guardia, periódico de guardia, comisaría de guardia y hasta salvavidas de guardia; al menos has de estar dispuesto a serlo". Las peticiones de un autor no admiten demora, ya necesite compañía para ir al baño (Borges) o para dormir (Cela), un dentista (John Berger), un oculista (Paul Bowles), un fisioterapeuta (Vargas Llosa, Azcona) o un helicóptero de madrugada (Carmen Balcells para sacar a Nélida Piñon de un atasco provocado por la nieve). Una novela de aventuras, vamos. A veces dictada por Kafka. Escrita a veces por Groucho Marx. O por Torrente Ballester, que en la presentación de Vigilia del almirante, de Roa Bastos, le dice a Juan Cruz por lo bajo antes de tomar la palabra: "Qué novela tan mala". A lo que el entonces editor responde: "Don Gonzalo, pero usted no lo diga".
Por mi parte, lo mejor que ha hecho un agente literario por mí fue llevarme a ver los bichitos de luz en la oscuridad el primer día de este año. Imposible olvidarlo. Jamás.
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