Bukowski disperso
"Un regreso a la cerveza, la calle, John Fante, Chinaski y el humor de perros del más carismático de los perdedores", así llama Juan Pablo Bertazza en Radar Libros a la edición de Fragmentos de un cuaderno manchado de vino, conjunto de textos dispersos de Charles Bukowski editado por Anagrama. Así explica la reseña este libro que yo jamás leeré, probablemente, pero podría comprarlo para dárselo a mi amiga Rosella di Paolo, la más (inexplicablemente) apasionada fan de este escritor mediocre que conozco:
En primer lugar, cabe decir que las obras que integran este volumen no son, en rigor, inéditas ya que provienen, en su mayor parte, de revistas literarias y prólogos de libros, aunque, efectivamente, la mayoría no se habían publicado en castellano. Lo otro, más allá de la aclaración técnica, es más bien una pregunta: ¿qué significa la palabra ‘inédito’ en el contexto de la obra de un escritor que parece haber quemado las naves de la escritura, agotando en seis novelas, miles de poemas y cientos de relatos breves todo lo que tenía que decir? ¿Qué significa leer los textos inéditos de un escritor que, como Bukowski, despierta la adicción de la papa frita (si leés una, leés todas)? Como un susurro después de un grito, como volver cuando parecía dicha la última palabra, estos ensayos y relatos vienen a decirnos, como al principio de esta nota, justamente, quién fue Bukowski como persona, es decir, como escritor. La carta de presentación de quien ya no está más entre nosotros. Y entre tanta autorreferencia, entre tanta poética –sus relatos tratan sobre el proceso de escritura de escritores a los que no les gusta hablar de su escritura ni tampoco de literatura en general, al igual que sus ensayos hablan y, al mismo tiempo, esconden lo que él se propone escribir–, lo que se vislumbra es, sobre todo, la inmediatez que pide, destila y propone la literatura de Bukowski. Una inmediatez que lo emparienta con la modernidad líquida, y con ese grupo beatnik que lo tomó como referente aunque a él le provocara una relación de amor/odio (en La escena de L.A. recuerda muchas de sus andanzas junto a ellos), pero sobre todo con el prolífico y fértil pesimismo de E. M. Cioran que recomendaba, de manera imperativa, “no reducirse a una obra; decir sólo algo que pueda susurrarse al oído de un borracho o de un moribundo”. Inmediatez en la escritura –artificial, retorizada, retorcida o no, poco importa–, pero inmediatez también en la lectura. A lo largo de todo este libro que reúne excelentes relatos –especialmente, Consecuencias de una larga nota de rechazo y Difícil sin música, que tiene una marca carveriana antes de Carver– y ensayos –especial atención merecen Un delirante ensayo sobre la poética y la condenada vida escrito mientras bebía media docena de latas de cerveza (altas), los Fragmentos de un cuaderno manchado de vino que aportan con toda la fuerza de su inmediatez el título al libro y En defensa de cierta clase de poesía, cierta clase de vida, cierta clase de criatura llena de sangre que algún día morirá–, Bukowski despotrica contra los escritores establecidos y cómodos, contra los profesores de literatura y contra todos aquellos que están obsesionados con la victoria (esto último es lo que le molestaba de Hemingway). Para Bukowski, el único éxito que valía la pena era poder conservar algo en el momento inmediatamente posterior al instante en que se perdió absolutamente todo. En una reseña que hace de una reedición de Artaud, acaso su escritor preferido junto a Céline y John Fante, Bukowski cierra la nota diciendo: “Cuando estás de capa caída, la lectura de algunas de estas frases te harán recobrar el ánimo para intentarlo de nuevo. Lo único que tienes que hacer es tocarlo”. En Conozco al maestro, excelente cuento dedicado a su admirado Fante, apunta hacia lo mismo: “Necesitaba leer algo que me ayudara a sobrellevar el día, a cruzar la calle, algo a lo que agarrarme”. La catarsis como discurso terapéutico, la literatura como un salvífico maletín de primeros auxilios que, necesariamente, debe ser frontal, conciso y absolutamente despojado de adornos y sinuosidades. Una dosis que apenas ingerida empieza a generar sus efectos. Acaso ésa sea la mayor virtud y el mayor defecto de Bukowski: saber que acaso no va a aportarnos mucho cuando estemos encaminados, saber que va a darnos todo –lo primero, lo esencial– cuando estemos perdidos.
Etiquetas: anagrama, bukowski, eeuu, RESEÑA, rosella di paolo
Bukowski, ¿mediocre? Viniendo de ti, acertada sentencia.
5:57 p. m.
jajaja, pobre diablo que te chupa las uñas el anónimo. mira iván, escribes formidable, tu prosa es limpia y tus títulos amenos, pero no te creo una pizca cuando pretendes fiscalizar escritores como bukowski. mejor escribe "un lugar llamado nariz de elefante" le das?
3:20 p. m.
A mi mediocre me parece un segundo puesto en un concurso de Anagrama. A propósito, ¿cuántos libros de Bukowski es que han traducido y publicado ahí?
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