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Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Gombrowicz en Argentina

Witold Gombrowicz. Fuente: fort

Rita Gombrowicz, la esposa de Witold Gombrowicz, reconstruyó los 25 años que pasó su famoso esposo en Argentina en un libro editado en Francia bajo el título Gombrowicz en Argentina. El libro, sin embargo, nunca fue traducido al castellano hasta que la editorial Cuenco de Plata se animó recientemenete. En el suplemento Radar hacen un especial al respecto invitando a una sierte de escritores argentinos, contemporáneos suyos, a reconstruir oralmente al polaco. Uno de ellos es Rodolfo Rabanal quien dice:

Mientras vivió en Argentina, donde escribió, durante los veinticuatro años que residió aquí, la mayor parte de su obra, el círculo más prestigioso de las letras de entonces, prefirió ignorarlo: bastaron dos visitas a la casa de Victoria Ocampo para que lo consideraran un polaco insufrible. Y, sin duda, él habrá colaborado no poco para que así ocurriera. “El artista –dice Gombrowicz en alguna parte de su diario– debe actuar siempre en los confines mismos de la vergüenza y el ridículo.” Esa convicción –qué duda cabe– distaba de ser un buen pasaporte en las aduanas de San Isidro.
De modo que escribió en su idioma, en pobres pensiones del barrio sur, viviendo un poco de lo que le viniera a la mano o ganando un magro sueldo como empleado del Banco Polaco. ¿Era conde, como le gustaba presumir un poco en broma y un poco en serio? ¿O se trataba del retoño de una rica familia burguesa de provincia, culta y refinada? Lo último es mucho más probable que lo primero, pero el resultado vuelve indistintas esas opciones de origen: sus maneras, su insolencia quieta, sus calculados argumentos para fomentar una discusión, su forma de llevar la muy usada ropa que vestía con elegancia descuidada, sus ideas exclusivistas, su individualismo tenaz, su libertad perdularia y dionisíaca, sus riesgosos merodeos por las zonas de Retiro a la caza de encuentros homosexuales pasajeros, todo, en fin –o casi todo– casaba estupendamente con los reflejos sociales de su más bien incierto pasado.
Personalmente, jamás lo conocí, y sin embargo hubo un momento en que me “intoxiqué” de su presencia.

En otras notas, tenemos el recuerdo de Antonio Berni, Adolfo de Obieta, Paulino Frydman, Ernesto Sábato (de quien se publica un texto dirigido a Rita) y una carta de Manuel Gálvez dirigida a Gombrowicz. El texto de Ernesto Sábato habla sobre la homosexualidad del autor:
(...) apenas vos te fuiste con Matilde, cambió todo, su tono, sus palabras, su contenido: todo fue grave, serio, modesto, cariñoso. Conversamos de nuestros trabajos, me criticó por mi tendencia a publicar poco, etcétera. Pero cuando yo le pregunté sobre lo que estaba haciendo y sobre lo que más quería hacer, su tono se volvió especialmente serio y con una voz muy baja me dijo: “Ernesto, lo más importante que yo podría hacer, y que ya no haré jamás, sería la narración de mi experiencia poética durante mis primeros años de Buenos Aires”. Por su tono, por su pudor, imaginé que era referente a su experiencia homosexual. Con toda mi fuerza y mi admiración lo insté a que la escribiera, que dejara cualquier otra cosa para expresar aquella experiencia que sin duda podía ser una de las más grandes cosas que dejara en su vida. Pero una y otra vez él me escuchaba con triste expresión, mientras me hacía gestos negativos con la cabeza.

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