Cinco amores imposibles
Domenique Sanda interpretando -de manera absolutamente inobjetable- a la inasible Micol en la película de De Sica basada en El jardín de los Finzi Contini. Fuente: zvezdoliki
El excelente escritor argentino Eduardo Berti (finalista del Herralde con Todos los funes) tiene un blog llamado "Bértigo" en el cual está pidiendo a algunos escritores que elaboren un Top Five literario. Según el mismo Berti: "no se trata, para nada, de un ránking ni mucho menos de una lista canónica. Se trata, más bien, de cinco libros que repentinamente ellos quieran proponer y compartir con los demás". Me pidió participar y elaboré una lista de libros , cinco como piden las normas, que contiene igual número de mujeres literarias de las que me enamoré profundamente y sin esperanzas, como debe ser.
Dejo aquí tambíén la lista:
La verdadera vida de Sebastian Knight, de Vladimir Nabokov.
Ahí está Claire, tan delicada, tan olvidadiza, tan frágil. ¿Cómo no amarla intensamente? ¿Cómo no desear recoger las cosas que ha olvidado y seguirla por las calles y los pasadizos para entregárselas? ¿Cómo evitar preguntarle si ya dejó de estar resfriada, si nos acompaña a beber algo en un café, si ya no de sufre por Sebastián? A Claire, además, le han dedicado –a través de una astucia literaria de Knight- la más hermosa y triste carta de final del amor. Pavese decía que cuando una mujer inteligente quiere arreglarte la vida lo consigue a veces; pero si quiere destruírtela lo consigue siempre. Claire era de las que te arreglaba la vida. Y estoy seguro de que ella lo conseguiría siempre.
“La segunda juventud”, de Luis Loayza.
Graciela es la protagonista de ese cuento final, mi favorito en la literatura peruana, del libro Otras tardes. Alguna vez Graciela correspondió con una pequeña pasión a aquel amor limeño, mortecino y desesperado como la garúa que antes le brindó el narrador. En el cuento ya no es una chica joven, aunque sigue siendo hermosa, y se acaba de separar de un marido que es un pelotudo que juega tenis y se blanquea los dientes. Graciela es una mujer crepuscular, apacible, lúcida, con un gran sentido del humor. Para ella no habrá una segunda juventud, felizmente. Ahora Graziela es más fuerte y más intensa, más sabia que antes. Aunque se ríe con dulzura y promete nuevos encuentros es obvio que está fuera del alcance del narrador. Y está fuera del alcance también, aunque nos duela aceptarlo, de sus lectores.
El jardín de los Finzi-Contini, de Giorgio Bassani.
Si se me concediese convertirme un personaje literario, al menos por unos instantes, me gustaría ser el chico que se levanta sobre la cerca en el jardín y descubre el rostro amadísimo de Micol Finzi Contini. Micol es la vecina perpetua, no por vecina menos imposible. Me gustaría jugar tenis con ella. Me gustaría ver de reojo sus piernas, acariciar de casualidad la voluminosa cascada de su cabello rubio, sorprenderme si la atrapo mirándome con curiosidad o afecto o gracia con aquellos ojos enormes. Me gustaría estar a su lado y descubrir esa soledad inmensa de ser Micol y durante ese lapso de gracia tentar la posibilidad, la minúscula posibilidad, de conseguir que una mujer como ella, en medio de aquel jardín familiar, se enamore de mí.
Clea, de Lawrence Durrell.
No la imagino bella. Es dulce, es generosa, quizá es seria. Pasamos demasiado tiempo enamorados de Justine, perdiéndonos en su exotismo, su sensualidad, el laberinto de sus pensamientos y justificaciones, como para comprender casi al final del último tomo de El cuarteto de Alejandría, durante un ridículo accidente en medio del mar que puede tener consecuencias fatales, que la mujer a quien jamás nos resignaríamos a perder es a Clea.
Tokio blues, de Haruki Murakami.
El mundo se divide en dos: los que se enamoran de Naoko y los que se enamoran de Midori. Y yo, a pesar de las apariencias y de esta misma lista, voy por Midori. El adolescente narrador de la novela no se da cuenta de eso, y aquello es su perdición. Por mirar cómo Naoko iba arrojando los lastres de su vida en aquel pozo espectral en mitad de un bosque, hasta terminar arrojándose a sí misma, se perdió el espectáculo luminoso de las piernas de Midori expuestas por una minifalda inolvidable; de la sonrisa de Midori en lo alto de una azotea; de las conversaciones pornográficas y los chistes tontos de Midori; de los ojos chispeantes de Midori que apenas ocultan sus lentes de sol; de la capacidad para superar el dolor, la pérdida y hasta la felicidad que tiene Midori; y sobre todo se perdió ese espléndido milagro de encontrar a una chica que es capaz de mirarte a los ojos y decirte, sin verdades veladas, escondrijos ni trucos: te amo.
Qué raro. Thays está afiebrado se olvidó de poner a Alonso Cueto, Mario Bellatin, y alguno de los aquellos de los 39 años. Una ambulancia por favor.
8:23 p. m.
Quería agradecrte, porque gracias a tu entrada en el blog leí esta noche "Segunda Juventud" (que lo había hojeado antes, pero al parecer nunca había llegado a ese cuento). Es precioso. Buena suerte en el HAY.
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