Lemus sobre José Manuel Prieto
Si alguien piensa escribir reseñas literarias es, en realidad, sólo entregarse a una fórmula consabida de encontrar defectos, subrayar virtudes, enumerar influencias y extender citas (quien esté libre de pecado que tire la primera piedra) esta reseña de Rafael Lemus dedicada a la novela Rex (Anagrama) de José Manuel Prieto es un ejemplo de que no siempre es así. Que las reseñas literarias pueden ser, a su vez, textos conmovedores, irónicos, inteligentes y hasta arbitrarios; es decir, textos literarios en sí mismos que tienen mucho, o poco, que ver con los libros de los que parten. Lo mismo da. Apareció publicada en “Letras Libres” y la cito -en contra de mi costumbre- extensamente:
“Dicho épicamente: hay libros ante los que uno, crítico literario, se juega hasta la camisa. Libros incómodos, tan plausibles como censurables, que obligan a adoptar una posición intransigente. ¿Sí o no? ¿Esta concepción de la literatura o aquella otra? Rex, de José Manuel Prieto, es una de esas obras. Entiendo que existen tantos argumentos para refutarla como para celebrarla. Reconozco que el libro no es sencillo y que es, a veces, incluso desesperante. Anticipo los comentarios adversos de aquellos que, en sus casas, coleccionan académicos bodegones y paisajes marinos: es una novela fatua, excesiva, insólitamente densa. Lo común, en un caso como éste, sería esquivar el escollo: cantar esto, denunciar aquello, pasar –la mirada baja– al siguiente libro. La cosa es que uno se cansa de hablar de libros. Habría que hablar, de vez en vez, de aquella otra cosa: la literatura. Preguntarnos: ¿esta idea de narrativa o aquella otra? Obligarnos a contestar: más allá de las imperfecciones del tomo, ¿sostenemos o no su poética? Responder: ¿Rex sí o Rex no? Sí. Decididamente.
(…)
Una burda superstición nos ha hecho creer que el reseñista no debe atender, no detenidamente, la prosa del libro reseñado. Ya habrá otros, se sugiere, que se fatigarán en el examen estilístico. Con Prieto no hay manera de ignorar la prosa: es la protagonista y, en este caso, también el elemento que más se opone a una lectura rápida, distraída. Si la prosa de Prieto en sus libros anteriores era particularmente opulenta, aquí es eso y es otra cosa: una escritura deliberadamente incorrecta. En vez de fluir sin resquicios, balbucea y riñe con la sintaxis. Antes que avanzar, se extenúa en reiteradas espirales. Una particularidad tiene: carece, en muchísimas frases, de verbos. ¿Por qué? Porque su intención no es tanto transcurrir como registrar. Una imagen incluida en la novela –la de una resina fresca en la que las moscas yacen atrapadas– funciona como metáfora exacta de la escritura de Prieto. Es así: una materia flexible, de pronto viscosa, en la que queda registrada una minuciosa impresión del mundo. El mundo: telas, muebles, joyas y aquellas otras cosas verdes y vivas.
Pienso: en una época en que se enaltece la eficacia de Roberto Bolaño, Prieto parecerá un autor redundante y sobrado. La razón: nos incomoda el derroche y Prieto es puro gasto. Para dar una idea de su opulencia verbal es necesario recurrir a un ejemplo ya trillado: no Proust sino Nabokov. Un Nabokov, además, extremo. Si el irlandés John Banville ha limpiado a Nabokov para emularlo en sus fluidas narraciones, Prieto marcha en sentido contrario: satura aún más el estilo nabokoviano, casi hasta volverlo antinarrativo. (Las comparaciones son excesivas, pero no encuentro otras mejores.)(…)
No hay mejor manera de hundir un libro que celebrándolo como hasta ahora. Diciendo: es arrojado, avanza morosamente, no se detiene a complacer el tosco gusto de ningún cristiano. Habría que decir, por lo mismo, la otra parte: a pesar de su rigor (o tal vez por ello), Rex es una novela chispeante. Se mentiría si se dijera que toda ella está siempre encendida. Es verdad, sin embargo, que son legión sus episodios radiantes, sus párrafos bellísimos, los repetidos y desusados fogonazos. ¿Que no es suficiente? Hoy es incluso demasiado.”
Etiquetas: anagrama, jose manuel prieto, rafael lemus, RESEÑA, rex
Rex también era el (delirante) café de Buenos Aires donde se reunía Gombrowicz con sus jóvenes amigos para jugar ajedrez y charlar.
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