Vargas Llosa y el Goncourt
[EL COMERCIO] El premio Goncourt a Jonathan Littell con su novela Les Bienveillantes ha sido motivo de la última Piedra de Toque de Mario Vargas Llosa, publicada ayer en El Comercio. Y pensar que cuando comenté por primera vez la novela de Litell en Moleskine me acusaron desde cierto limbo de promocionar a "cualquier" gringo que apareciese en los medios. Ahora resulta que "Los Benévolos" (así se traduciría el título) ha puesto a todos los intelectuales, críticos, editores y escritores de Francia de cabeza. Vargas Llosa dice sobre él que es "un libro extraordinario por lo que hay en él de cierto y verdadero y no por la muy precaria estructura ficticia y truculenta que envuelve a la historia real". También dice: "No recuerdo haber leído nunca un libro que documente con tanta minucia y profundidad los pavorosos extremos de crueldad y estupidez a que llegó el nazismo en su afán de exterminar a los judíos y demás 'razas inferiores' en su breve pero apocalíptica trayectoria".
Al final del artículo, Vargas Llosa hace una estupenda reflexión sobre el arte de la novela y el por qué, pese a su calidad, la novela de Littell no alcanza el alto nivel de obras como La guerra y las paz, con las que se le ha comparado. Dice: "Tal vez fuera imposible, manipulando materiales tan absolutamente abominables como los que recorren las casi novecientas páginas de este libro --y con muy pocos puntos aparte, lo que acrecienta la sensación de asfixia que producen sus páginas-- escribir una gran novela, como "La guerra y la paz" o "Los demonios". Una gran novela no puede apelar solo a la mugre humana, a lo que hay de animalidad ciega, de instinto perverso, de irracionalidad destructiva, de egoísmo y crueldad, aunque, quién puede dudarlo, todo esto forme parte también de la condición humana. Pero una novela es una fuga de lo vivido hacia lo soñado o fantaseado para liberarse de la miseria que es el vivir en esta mediocre realidad cotidiana, una manera de alcanzar, allá, en ese puro reino de la palabra, la belleza y la imaginación, todo aquello que la vida real nos niega. Una novela puede, desde luego, sumergirnos en el barro de la injusticia, de la maldad, de las peores formas de infortunio, pero sin renunciar a alguna forma de la esperanza, de redención, como ocurre en esas ficciones terribles que son, por ejemplo, "La montaña mágica", "Ulises", "Santuario", y tantas otras obras maestras. Pero esta novela, como las del marqués de Sade, no nos ofrece ninguna escapatoria, y luego de sumergirnos en la más abyecta manifestación de lo repugnante que puede ser lo humano, nos deja allí, en esos humores deletéreos, condenados para siempre. Por eso, a pesar de ser tan cierto todo aquello que cuenta, hay en "Les Bienveillantes" cierto miasma de irrealidad, algo que tal vez proyectamos en ella los lectores para defendernos, negándonos a ser así, solo seres odiosos y horribles. Porque en las muchas páginas de este libro fuera de lo común no hay un solo personaje, hombre o mujer, que no sea absolutamente despreciable".