Fresán sobre La humillación
Rodrigo Fresán no ha querido golpear a La humillación, de Philip Roth, editado por Mondadori, aunque no deja de reconocer que es una obra menor dentro de la misma obra de Roth. Sí pues, no es fácil dar de baja por una novela a alguien que nos ha dado tantos años de excelente literatura como Roth, y aún está en plena producción, al menos hasta que le den el Nóbel y lo sequen para siempre. Y sí pues, como dice la reseña, siempre habrá lectores Anti-Roth y pro-Roth, como todos los autores del mundo tienen fans y enemigos. Dice Fresán en el ABCD las letras:
Alguna vez Bob Dylan se quejaba de que cada nuevo álbum que editaba fuera siempre comparado con anteriores discos suyos. «¿Por qué no los comparan con los de los de mis colegas?», proponía Dylan con sonrisa de tahúr, sabiéndose el mejor jugador sentado a la mesa. Pero no se puede. Problemas de ser una leyenda: te conviertes en la medida de ti mismo, perteneces a ese exclusivo club de un solo miembro y, allí dentro, sólo espera el espejo. Lo mismo le sucede y sucede con Philip Roth. No tiene demasiado sentido leerlo dentro de un contexto sino admirarlo y calibrarlo en la masiva soledad de su propia compañía. Aclarado esto, no se encuentran en La humillación -seamos muy exigentes- la perfección henryjamesiana de La visita al maestro, las innovaciones formales de La contravida, la picaresca bestial de El teatro de Sabbath, la autobiografía freak-religiosa de Operación Shylock, la ambición histórica-íntima de Pastoral americana o La mancha humana, o la sorpresa ucrónica de La conjura contra América. Tampoco hallaremos la enorme brevedad de Indignación, inmediatamente anterior a La humillación en su obra. Lo que demuestra que, aquí y ahora, no hay síntoma de decadencia sino, apenas, los altibajos de la escritura constante. O, acaso, las ganas de hacer una perversa travesura como esos infernales villancicos con la que Dylan taló nuestros arbolitos las pasadas navidades. [...] Y en La humillación -donde, otra vez Rothlandia, el vampiro acaba siempre vampirizado- hay varias de estas hembras demenciales entrando y saliendo de lechos donde lo que se nos enseña produce, por momentos, esa incómoda sensación de querer bajar la vista. Vergüenza ajena y salir corriendo de allí y cerrar el libro. Pero, al cerrarlo, leemos otra vez su título y lo comprendemos todo. En La humillación, Roth no sólo se propone y consigue humillar a Axler sino, también, logra degradar con maliciosa maestría a un lector que, enseguida, vuelve allí dentro en busca de más: más sonrojantes escenas lésbicas, más patéticas reflexiones sobre los sentimientos, más lamentos de macho dominante dominado. En este sentido, La humillación probablemente sea el libro más literalmente pornográfico de Roth. Música de recámara sin preliminares donde lo único que importa es quitarse pronto la ropa, dejarse la piel y, enseguida, mostrar como medallas las marcas que quedan al caerse de la cama por intentar posiciones demasiado peligrosas. En 1984, respondiendo en cuanto a si tenía en mente un Lector mientras escribía, Roth, mostrando los dientes, reveló: «No. Pero en ocasiones pienso en un Lector Anti-Roth. Pienso en lo mucho que va a odiar todo lo que estoy haciendo. Y ese es todo el estímulo que necesito». De ser eso cierto, La humillación será el libro perfecto y repulsivo para los Lectores Anti-Roth, y el libro no perfecto pero sí fascinante para los Lectores Roth, ya a la espera del inminente Némesis. Mientras tanto y hasta entonces, ahí está esa primera línea de La humillación: «Había perdido la magia».
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