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Banana no es light

Banana Yoshimoto. Fuente: radar libros

Lo confieso: cuando supe del éxito de Banana Yoshimoto y el tema de Kitchen, hice una errónea inferencia y pensé: "un nuevo libro light en el mercado" Y como lo que Dios dio, San Pedro lo bendiga, no pensé más en ella hasta que hace unos años leí Kitchen en la casa de playa de una amiga (siempre llevo mi selección de libros y termino leyendo los que otros invitados han dejado olvidados) y supe que estaba absolutamente equivocado. Es una novela sensible, estupenda, muy recomendable. Alberto Silva, en Radar Libros Página 12, hace un elogio extenso, de gruppie y, sí, quizá excesivo, pero sobre todo excitante sobre el fenómeno literario japonés más importante hasta antes de la aparición de Haruki Murakami. Les dejo aquí un fragmento sobre lo "light" o, en palabras de Silva, su "engañosa transparencia":

No hay un mundo exterior y otro interior contrapuestos en su literatura. No en vano Mahoko fue criada budista. Sus relatos incluyen más bien el trasvase imperfecto de un universo en otro, la discontinuidad propia de cada uno, afanosos círculos de enlace que no cierran, y unas espirales incapaces de repetir el mismo centro y que, por eso, adoptan generoso giro ascensional, desapegada (ella, la escritora) de los excesos ilusorios de la identidad (incluso los procedentes de la nación que la cobija), ajena al ansia de un ego encapsulado. Va tomando los rasgos de sus characters femeninos (y masculinos), que a su vez son ella. Un solo ejemplo: “Tsugumi soy yo”, declara flaubertiana al fin de la última novela suya traducida al español. Para el budismo (y para ella, Mahoko), una persona es esa cosa, algo innombrable y arduo de conocer, espacio en que se mezclan la conciencia y el sueño, la propia mente y la de otros, de visita por vía de telepatía, premoniciones o frecuentes apariciones de ultratumba. Lo pone en labios de Sakumi: “Hasta hace poco no me he dado cuenta realmente de que el ser humano, esa masa en apariencia tan sólida, en realidad es una cosa débil y blanda, un objeto que al más mínimo golpe o choque se desmorona con gran facilidad. Es un milagro que esa cosa, inconsistente como un huevo crudo, haya conseguido desarrollar, también hoy, sus propias funciones y pasar indemne a través de la vida”.
De modo que resulta difícil entender a los críticos que tildan a Banana de light. Será porque sus novelas actúan de forma indeclinable en superficie (de leerla, Gilles Deleuze podría afirmar algo parecido), derramando a borbotones el flujo torrencial de la mente de jóvenes que todo lo miran desde su irrepetible ángulo (sólo por eso vale la pena leer a la todavía joven novelista nipona), aunque se muestran conscientes de no ocupar el centro de la escena. Porque no hay centro de la escena. Y porque la escena se percibe entre brumas, apenas. Su convicción de impermanencia sella de intensa luz emociones que, entrelazadas con hechos menudos, corrientes, constituyen la única urdimbre de los textos de Yoshimoto, siempre atentos al ritmo de los grandes momentos del tanka o del waka: Kokinshû, Manyoshû o versos engarzados en la Historia de Genji, a los que alude con frecuencia. De estos poemarios japoneses a veces se ha ofrecido una lectura ingenua, pastoril, como si fueran églogas garcilasianas. Crece entonces la sorpresa por la forma diestra y desencantada con que los relee y destila Yoshimoto. Los actualiza, los devuelve como sopapos, tiñe la lírica con cierta dureza propia del sentimiento de precariedad que atenaza a sus heroínas. En Kitchen, Mikage llora a mares recitando un haiku de invierno, mientras la brisa helada le araña las mejillas. Claro que de lo fugaz también brota alegría: en La noche y los viajeros de la noche, Shibami glosa a la damita Utsusemi, gozosa al ver partir a su amante Genji Minamoto, como ella a su amigo, en la realidad de dicho cuento: “Los rayos de sol que se vertían del cielo despejado se reflejaban cegadores, con un brillo blanco y limpio sobre la nieve acumulada en el exterior”. Entre naturaleza y sentimientos, de una a otra novela se tejen redes tupidas de implicancia: en Amrita, el sol brilla porque estoy contenta, suspira Sakumi remedando sin ironía al antiguo poeta Issa Kobayashi. De nada sirve que el escenario novelesco sea urbano (electrodomésticos sobre el tatami, cafetines, uñas esculpiéndose en plena aula): una naturaleza convenientemente humanizada acaba embebiéndolo todo como una humedad, como el tono azul desvaído de la pollera de Haru (en Una experiencia), dando forma a un estilo típicamente japonés, femenino y juvenil de vivir hoy en día la fugacidad de la existencia. “¿Entiendes?”, pregunta Sakumi al joven Ryuihiro: “No mucho. Pero, aunque no lo comprenda, me produce una sensación positiva. Tiene un aroma de felicidad”. Frágiles y a la vez resistentes, los personajes se dejan llevar con elegancia por la ansiedad y la rudeza de vivir, conscientes de que algún día morirán. En retribución “ese abandono, que llamamos cotidianidad, tiene un enorme poder de curación”, piensa Sakumi evaluando su experiencia tras sufrir un accidente grave. Las penas y alegrías más intensas atraviesan la escena montadas en el dudoso flete de una nube. Se deshilachan y todo recomienza en la rueda budista de Banana.

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7:26 a. m.

La incorporación de la fiesta del Tanabata es impresionante. Lo mejor es que aparentemente es "light" (o se la podría leer o ver así), pero no lo es...    



9:37 a. m.

Banana, Murakami...¿pedimos algo más?    



3:18 p. m.

acaso quieres algo mas light que tu bien ponderada wendy guerra????    



8:11 a. m.

Además de Kitchen, leí Lizzard (Recomiendo el último cuento : A Strange tale from down by the river) y no me parece para nada light...
Saludos    



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