Cuentos de Lillo
La recuperación del año pasado en Chile: el escritor chileno Marcelo Lillo. La fama de conflictivo, de haber quemado todos sus libros, de tener una pistola bajo la almohada por si un día todo sale mal (como aquella frase posera de Ray Loriga que cantó su blonda ex esposa) de haber perdido todos su barcos, le dio un barniz especial. Tengo un libro suyo, lo leeré esta semana. Para lo demás, existe la sertralina. En fin, ¿Marketing? ¿Autodestrucción? ¿Angustia existencial? ¿McCarthy chileno?Vive en un pequeño pueblo, Niebla city lo llama, como un personaje de comic. La repercusión que tuvo en Chile ha llegado a Argentina, donde lo edita Mondadori. Van dos libros de cuentos. Un raro. Dice la nota en Ñ:
-¿Cómo es su vida en un pueblito del sur de Chile?
-Niebla (o Niebla City como le digo yo) es menos que un pueblito: es una caleta de 2.000 personas, en su mayoría pescadores cuyo mayor pasatiempo es emborracharse los domingos. Como leo hasta la madrugada, me levanto al mediodía; almuerzo liviano y luego salimos a caminar con mi mujer. A las seis me siento a escribir y lo hago hasta las ocho, nada más. Dos carillas diarias lo que es poco pero también mucho porque lo hago todos los días. Setecientas carillas al año, no está nada mal.
-¿Cómo decidió dedicarse de lleno a la escritura?
-Trabajaba como director de un colegio y un día me dije: gano un millón de pesos (2.000 dólares más o menos, lo que es mucho en Valdivia, donde vivía entonces, a media hora de Niebla), tengo casa, auto y un buen pasar, pero cuando sea un viejo de mierda me voy a estar preguntando a cada rato qué habría pasado si hubiera tirado todo para dedicarme a la escritura, porque para mí (o para ese virtual viejo) la literatura es algo excluyente y exclusivo. No lo pensé mucho y al día siguiente renuncié. A la semana vendimos casa, auto y muebles y nos fuimos primero a un lugar llamado Mehuín (¡una desolación como pocas, con tormentas de arena!) y seis meses después, a Niebla.
-Escribió dos libros de cuentos, y se dice que ya terminó o está terminando una novela. ¿Qué problemas específicos se le presentaron al pasar de las formas breves al relato de largo aliento?
-Ningún problema. Una es una historia corta y la otra una historia larga. (¿Por qué los escritores se complican tanto para explicar lo que es tan simple?) Lo otro depende de tu talento.
-¿Qué piensa de la recepción que tuvieron sus libros en Chile? Pareciera que las críticas fueron muy elogiosas o muy duras, pero que no hubo puntos medios.
-La opinión más unánime de sus libros dice que trabajan con la tradición del mejor relato norteamericano: Cheever, Carver, Salinger, etc... ¿Qué lectura hizo de los narradores norteamericanos y qué recursos le parece que ellos pueden aportarle a la literatura chilena?
-Los leí en su momento –Cheever, Carver, Salinger, Capote, Salter, Moore, Baxter, etc.– y me gustaron todos y me sentí identificado con ellos. Si eso se llama influencia, bienvenida, claro que entonces yo ni pensaba en publicar, creía que iba a morir inédito con un balazo en la boca. A la literatura chilena le tengo tan poca fe que no me atrevo a decir cómo ellos pueden influir a los chilenitos que están escribiendo. Esperemos una sorpresa, encomendémonos a todos los santos.
-¿Cuál es su relación emocional y profesional con la literatura chilena? Arrojo dos nombres al azar, o no tanto; un clásico y el nuevo fervor: Neruda y Bolaño.
-Neruda está jubilado; Bolaño... ¿quién dijo que era chileno?
-Ahora que su obra se va haciendo más vasta, a medida que sus libros se van publicando. ¿Cuáles diría que son sus obsesiones centrales, aquello que siempre vuelve a aparecer en su literatura?
-Aquí va mi lista de fantasmitas adorados: la miseria, la muerte, la vejez, las enfermedades, los violadores, la vida feliz y hedionda al mismo tiempo. Merezco un aplauso por eso. ¿O no?
-Por último, quisiera preguntarle por esa famosa historia del revólver que compró para usar si su literatura no funcionaba.
-El revólver sigue estando cargado, colgado de la pared de la cocina. No fracasé, o todavía no fracaso, pero si pasa, ahí está, esperándonos (es un pacto que tenemos con mi mujer). Y si triunfo, lo usaré cuando me sienta viejo. No soy un obsceno, ¡jamás lo he sido!, y para mí, la vejez es obscena. Está preparado para cuando me atrape el cáncer, la lepra o la tuberculosis. Tengo 52 y ya me están dando miedo.