El mutante Coe
Para Rodrigo Fresán, una de las virtudes de Jonathan Coe es la de no tener un marco definido, un estilo o tema constante. Es decir, es un autor mutante. Dice: "(...) es uno de esos contados autores que parecen resistirse a toda definición, que siempre sorprenden con su siguiente libro, y que sólo se mantienen constantes a la hora de la calidad y la eficacia" Por eso a él no le sorprende, en la reseña que publica en el suplemento ABCD las letras, ni el cambio de registro ni la calidad de La lluvia antes de caer (Anagrama). Quizá sí con el éxito de ventas, mucho mayor que el de sus anteriores libros según creo. Dice la reseña:
Coe ya fue perversamente polimorfo en sus inicios (los blues femeninos de The Accidental Woman en 1987, el ejercicio atomizado y metaficcional de A Touch of Love en 1989 y el policial pop de The Dwarves of Death en 1990); descolló con ¡Menudo reparto! en 1994 (una aproximación a los ambientes de Evelyn Waugh pero como si estuvieran filmados por Terry William en plena «era Thatcher») y en 1997 con La casa del sueño (de 1997, best seller ganador de premios de prestigio en Francia, que -también lo dije en su momento- no desentonaría, en adaptación madrileña, entre esos thrillers existenciales a los que cada vez parece ser más afín Almodóvar); y alcanzó la plena madurez con el díptico formado por El club de los canallas (2001) y El círculo cerrado (2004): algo así como una politizada novela generacional, cruce de Anthony Powell con Nick Hornby. A continuación, Coe volvió a mutar en 2004 con uno de sus mejores y más formalmente innovadores títulos (la biografía del escritor maldito y vanguardista B. S. Johnson: Like a Fiery Elephant); y ahora, con La lluvia antes de caer, Coe vuelve a ser el mismo de siempre. Es decir: Coe vuelve a ser un Coe diferente. Y es que -como apuntó algún crítico inglés- nadie diría que estamos frente a Coe si no figurara su nombre en la cubierta. Este es -a diferencia de buena parte de su obra- un libro despojado, en el mejor sentido de la palabra. No hay aquí un elenco torrencial ni una multitud de acontecimientos y ocurrencias. O los hay, pero con modales diferentes. Lo que sí hay -lo que permanece- es la inalterada voluntad del inglés por presentar una historia de la mejor manera posible y que, de algún modo, evoca lateralmente a la también en su momento inesperada pero tan bienvenida Expiación, de Ian McEwan: otra novela histórica apuntalada desde la intimidad y lo privado.
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