Richard Price sobre David Simon
En el Suplemento Ñ dejaron una encuesta a principio de semana sobre qué serie de TV equivaldría a una buena novela. El resultado favoreció a Lost y lo siguió The Sopranos. Pero un alto porcentaje votó por "otros". Yo voté esa opción pensando en Mad Men, cuya segunda temporada acabo de terminar de ver, aún más entusiasmado que con la primera. Pero otra opción que encaja en "otros" es The Wire, esa "novela rusa" en palabras de Richard Price, creada por David Simon. Richard Price colaboró en algunos episodios con la serie y es amigo personal de Simon, por lo que no es de extrañar que sea él quien presenta la aventura literaria de David Simon y su crónica novelada Homicide. Dice Price:
Simon escribe de forma exhaustiva y con claridad sobre la imposibilidad de la profesión de policía de investigación. El policía de homicidios no sólo tiene que lidiar con el cuerpo que yace frente a él sino con todo lo que carga a sus espaldas, que es la entera jerarquía de jefes que responden a jefes –el peso de la preservación burocrática–. A pesar de la sobrepopularización de los avances forenses estilo CSI, hay momentos en los que parece que la única ciencia confiable para estos investigadores en el peldaño más bajo de la cadena alimentaria es la física del carrerismo, que sencilla y confiadamente establece que una vez que un asesinato llega a los diarios o toca cualquier tipo de nervio político, la mierda siempre va a ir hacia abajo. Los mejores de ellos –los que con frecuencia, bajo una gran aunque superflua presión, cambian los nombres en el pizarrón de rojo a negro– quedan con un aire mundano y de orgullo elitista bien ganado. Homicide es un diario del día a día, y cada página está atravesada por una intermitencia de lo mundano y lo bíblicamente abominable y las ansias y la avidez de absorber de Simon, su afán por digerir, por estar ahí y conducir el mundo frente a sus ojos hacia el universo más allá. Hay un amor por todo lo que presencia, una creencia implícita en la belleza de simplemente dar cuenta de que cualquier cosa que ve desarrollándose en tiempo real es La Verdad de un mundo –así es como es, así es como funciona, esto es lo que la gente dice, así es como reaccionan, actúan, disocian, justifican, donde se quedan cortos, se trascienden, sobreviven, se hunden. (...) Homicide es una historia de guerra, y el teatro de operaciones se extiende desde las devastadas casa del este y el oeste de Baltimore hasta los salones de la Legislatura estatal de Annapolis. Revela con no poca ironía que los juegos de supervivencia en las calles espejan juegos de supervivencia en la Legislatura, cómo todos los involucrados en la guerra contra las drogas viven y mueren por los números –kilos, onzas, gramos, pastillas, ganancias para un lado; crímenes, arrestos, porcentajes de casos resueltos y recortes de presupuesto para el otro–. El libro es un examen de realpolitik de una municipalidad en el medio de un disturbio en cámara lenta, pero a través de la firme celeridad de la presencia de Simon, Homicide nos ofrece los patrones escondidos dentro del caos. Baltimore, de hecho, es la Teoría del Caos encarnada.
La última frase -que podría haber estado firmada por el mismo Rodrigo Fresán- está muy graciosa:
(...) si Edith Wharton volviera de los muertos, desarrollara una inclinación por operadores políticos municipales, policías, adictos al crack y el reportaje, y no le importara la ropa que tuviera que ponerse en la oficina, probablemente se parecería un poco a David Simon.
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