Tándems literarios
No debe ser fácil escribir en colaboración, pero se puede y a veces el resultado es notable (como en el winning eleven, donde mi tándem y yo somos imbatibles). Gracias al libro Escribir en colaboración (Beatriz Viterbo), al suplemento de "La Nación" ADN se le ocurrió comentar algunas de esas colaboraciones. Aquí les dejo tres de las más notables citadas en el artículo:
Flaubert/ Du Camp
Un esteta como Gustave Flaubert, orfebre maniático de la "palabra justa", dio forma, junto con su amigo de juventud Maxime Du Camp, a Par les champs et par les grèves. El libro, que buscaba describir un viaje por Bretaña, contiene capítulos intercalados de cada uno de los compañeros. Como explican Lafon y Peeters, con su titubeo entre las personas del singular y del plural, la obra es una fuente reveladora de lo que la escritura de a dos pone en juego. Flaubert y Du Camp tienen ritmos diferentes: el primero, en particular, es incapaz de escribir improvisando, sobre la marcha, como era la idea original. "El viaje a Bretaña -subrayan L&F- le permite experimentar los límites de la colaboración como una etapa a superar, a olvidar, para volverse poco a poco él mismo." Flaubert, en efecto, no reincidiría, pero tienta leer Bouvard y Pécuchet, su novela póstuma, como una reducción al absurdo de los proyectos conjuntos y, también, como la nostalgia del escritor solitario que, solo, enfrenta la tortura de la "salmuera": ese momento en que, desgastado, se arroja sobre el sofá invadido por la acedia.
Conrad/ Madox Ford
Otra colaboración clave de las letras inglesas, que terminó amargamente, fue la que llevaron adelante Joseph Conrad y Ford Madox Ford. El segundo, que todavía utilizaba su nombre original, Ford Madox Hueffer, tenía poco más de veinte años, pero ya había publicado varios libros. Conrad, por su parte, había pasado los cuarenta y se encontraba atascado en la escritura de Lord Jim. Los presentaron en 1898 con el deliberado fin de que colaboraran. El novelista de origen polaco, que no era aún el autor consagrado que sería más tarde, se encontraba ahogado por problemas financieros y diversos plazos de entrega; Ford, que disponía de cierto capital personal, aceptó con entusiasmo la posibilidad de trabajar juntos. De esa colaboración saldrían tres novelas: Los herederos (1901), Romance (1903) y La naturaleza de un crimen (1909). Ninguna puede ser considerada una obra maestra, pero en esta alianza tal vez los resultados visibles no sean lo más importante. Es hoy sabido que Ford escribió al menos uno de los capítulos de Nostromo (la gran novela que Conrad sitúo en un país latinoamericano imaginario: Costaguana) y que acopió la información sobre grupos anarquistas para El agente secreto. No hay que ser muy imaginativo para suponer que en esas discusiones se fueron moldeando algunas de las técnicas narrativas que modificarían la literatura durante el siglo XX. Los narradores poco confiables de El gran soldado (Ford) o las ficciones que tienen como vocero a Marlow, como El corazón de las tinieblas (Conrad), pueden haber germinado en esos encuentros. El mayor de los dos, concluida la relación, solía referirse a su colega de manera despectiva y el grafómano Ford, que no le temía a la fabulación, contó en Conrad: un recuerdo personal su versión de los hechos en la que coinciden la admiración y la queja: "En nuestras miles de conversaciones a través de los años sólo hubo dos temas por los que peleamos: sobre el verdadero gusto del azafrán y sobre si es posible distinguir una oveja de otra".
Borges/ Bioy
Tal vez el caso de colaboración literaria más feliz -también el más productivo- haya sido el de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Como si quisieran refrendar el destino simbiótico de aquel montaje de Gisèle Freund que sobreponía el rostro de los dos y daba como resultado un tal "Biorges", los escritores argentinos consolidaron un vínculo de más de cuatro décadas de escritura en común. El Golem que construyeron entre ambos fue el imaginario Honorio Bustos Domecq. Bajo su firma, publicaron los desopilantes relatos protagoni ados por un émulo deductivo del Padre Brown, que resuelve los casos tras las rejas: Seis problemas para don Isidro Parodi (1942) y Dos fantasías memorables (1946). Años después, ya reestablecida la firma de los dos, sumaron las Crónicas de Bustos Domecq (1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (1977). A esas invenciones irrepetibles, les sumaron Un modelo para la muerte (1964), firmada como B. Suárez Lynch, y, con sus apellidos, varios guiones cinematográficos (Los orilleros, El paraíso de los creyentes, y los que escribieron alentados por Hugo Santiago: Invasión y Les autres). También desplegaron una inagotable actividad editorial que incluyó la edición de antologías y traducciones. Si algo crearon Borges y Bioy, al calor de gozosas jornadas de complicidad, fue la proeza de un estilo excesivo, furiosamente satírico, que parece desmarcarse de sus obras privadas. Lafon/Peeters describen las reglas que dominaban esta escritura en la que Bioy era la mano que guiaba la pluma: "Oralidad libre y triunfante, propuestas alternadas, exigencia mutua, permanente derecho de veto, favorecido por una amistad sin nubes, y un "abandono simultáneo de todo ego", prioridad dada al juego y al placer, risa irreprimible".
Borges, el libro póstumo extraído del diario de Bioy, es un magnífico reservorio para indagar los alcances insospechados de esta colaboración. Algunos de esos ejemplos son risueños. En una entrada de 1981, Bioy le menciona que en la versión al italiano de la Antología de la literatura fantástica (de la que también participó Silvina Ocampo) los traductores acudieron a las fuentes originales de los relatos, no a sus versiones: "Nos jorobaron -sugiere Bioy-. No podemos protestar". Por si quedaba alguna duda de que se refieren a las veladas reescrituras de los cuentos Borges remata: "No debieron elegir un libro de autores que se distinguen por sus transcripciones y citas infieles. Por misquotations".
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