MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Museo Ballard

Apuntes para el Museo Ballard. Fuente: Página12

Después de diez días visitando museos ansiosamente, pensé que el tema no podía interesarme menos y sueño con unas vacaciones en el Caribe donde solo se pueda ver una línea de horizonte y ningún plano, escaleras, ni cuartos numerados. Sin embargo, no he podido dejar de interesarme por este artículo que publica Rodrigo Fresán sobre el Museo Ballard. U museo inexistente, cierto, creado por su propia obra y su biografía. Alguna vez iré, sin duda, aún me quedan fuerzas para un recorrido más si vale la pena. Dice Fresán:

¿Cuál será el aspecto externo del Ballard Museum? ¿Algo parecido al Guggenheim de Bilbao by Frank Gehry, claro exponente de lo que Ballard definió como novelty-architecture dictada por el fantasma de Disney y sus parques temáticos: “una nueva forma de arquitectura, como las películas de efectos especiales, dirigida al adolescente aburrido que todos llevamos dentro” y que “emergerá de su crisálida para tomar vuelo dentro de cien años”? ¿O mejor injertarlo en las diferentes plantas de un rascacielos más o menos en ruinas, con alguien masticando un perro en uno de sus balcones? ¿O arrojarlo a ese agujero gris –esa zona fantasma– que crece en el centro de las rampas cruzadas de una autopista? ¿O será una reproducción exacta de la señorial casa del pequeño Jim Ballard en la Amherst Avenue de Shanghai? ¿O un exclusivo condo a orillas del Támesis? ¿O un club para jubilados en la Costa del Sol? ¿O un centro comercial? ¿O acaso tendrá la forma de un gigante ahogado? ¿O un burgués chalet de Shepperton, afueras de Londres –tanto más grande por dentro que por fuera– donde Ballard vive desde la década de los ’60 y, asegura una leyenda urbana/doméstica, jamás ha pasado la aspiradora o regado las plantas muertas y casi fosilizadas de su sala? ¿O algo hundido en el fondo de una piscina olímpica en el resort estival y helado –cuyo “hogar espiritual yace entre Arizona y la playa de Ipanema”– de Vermillion Sands? O tal vez el Ballard Museum sea una incontable sucesión de fragmentos: su obra –y su vida dentro de su obra– posándose y repartiéndose en una suerte de invasión terrestre pero, también, alien a lo largo y ancho de las bibliotecas del mundo. Sus libros como virósicos agentes transmisores de esa voz que –como dijo Martin Amis, tan ballardiano en Other People, Einstein’s Monsters y en las emocionantes páginas finales de Campos de Londres– para dirigirse “a una parte diferente –una parte que no se había utilizado hasta ahora– del cerebro del lector”.
El reloj en la entrada del Ballard Museum no tiene agujas pero hace oír, con claridad atronadora, sus ticks y sus tacks. Y, sobre su esfera cataléptica se lee la frase que abre el breve prólogo de The Complete Short Stories of J. G. Ballard. En ella, Ballard afirma que lo suyo se resume en una “preocupación por el futuro verdadero que yo veo acercarse por una especie de presente visionario, más que por un interés en el futuro inventado que prefiere la ciencia ficción”. Porque –pocos cohetes, pocos invasores, pocos otros mundos– ése es El Tema en la literatura de Ballard, ésa es su preocupación: el derrumbe de lo que vendrá algún día dentro del está sucediendo ahora mismo. El modo en que el Tiempo se tensa o se expande o se ramifica en múltiples direcciones o, simplemente, se devora a sí mismo.
Pregunta: ¿Qué hora es?
Respuesta: Es hora.

ALgo que me pareció buenísimo es la mención a los cuidadores del hipotético Museo Ballard. Durante todos estas visitas a los museos no he dejé de fijarme en los cuidadores y de colocar su oficio en mi lista de Algo Que Espero Nunca Hacer. Esto dice Fresán:

Los guardias y los guías del Ballard Museum no hablan. Se limitan a señalar el camino a seguir. Alguien ha dicho que se parecen bastante a Bret Easton Ellis y a Chuck Palahniuk y a A. M. Homes y a George Saunders y a David Cronenberg y a David Lynch y a Douglas Coupland y a Ben Marcus y a Don DeLillo y a Haruki Murakami y a David Foster Wallace y a Tom McCarthy y a William Gibson; pero en realidad son todos ellos los que se parecen bastante a Ballard.

Y bueno, obviamente la experiencia del viajero que ingresa en una Museo tan exigente no podrá ser olvidada. La visita promete un cambio radical. Así lo ofrece Fresán:

En resumen: el Ballard Museum invita a destruir el Ballard Museum y los visitantes obedecen. Corren por las diferentes salas destrozando todo, pateando vitrinas, quemando cuadros, desgarrando primeras ediciones. Luego, satisfechos, jadeantes como después de haber experimentado el más trascendente de los orgasmos, regresar a casa y encender los televisores y contemplarlo todo desde la fría ventana del noticiero de la noche. Llamas y explosiones y gente aullando, feliz a la luna o a lo que sea. Después –si hay suerte bailando el vals del zapping– bajo los auspicios del signo zodiacal de la stripper con ascendente en el signo zodiacal de la hipodérmica, sintonizar la transmisión en directo de la Tercera Guerra Mundial, que durará muy poco y que, por lo tanto, muy pocos verán. Para la mañana siguiente, por supuesto, todo habrá sido reparado y vuelto a colocar en su sitio y el Ballard Museum abrirá otra vez sus puertas para recibir a los visitantes que no saben, no sospechan, que ellos son parte de la obra expuesta, que no hay salida, que sólo hay entrada. Bienvenidos sean a dejar de ser para seguir siendo como siempre volverán a ser y como nunca fueron.

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7:35 p. m.

ACRÓSTICO DEL ADMIRADOR LEJANO.

Doquiera que estés, o que estoica ya no figures
Olvidos no serán para ti hasta que todas las impresiones sean nada
Recuerdo tu presencia de porcelana notable por el jirón Camaná
Inolvidable Doris Gibson, impresionante fémina
Silencio, el silencio ha venido para tu oriflama vital.

Guardo el recuerdo indeleble de cuando te crucé, de adolescente
Insigne ondeo de belleza y elegancia en el andar
Buena, qué buena, pensó mi picardía joven y admiradora
Sin autocensuras, abierto a la vida, esa que ahora ya no está para ti
Ondeante, impresionante diosa sinfónica
No hay medio de olvidar tu porte femenino.    



7:48 p. m.

Apreciado Iván: Mi primogénito capricorniano (5 de enero)SOY YO lo cual es para mí muy claro pero no me pidas por favor que te lo explique. Así también Andreas ERES TÚ. Y así como yo dejo al mío en su lejanía argentina de adolescente estudiante devenir diferente a mí, así también Andreas será diferente de ti. Pero él serás tú en lo recóndito, en lo más hondo de la vida. Por eso lo adoras, como yo al mío.Un abrazo fraterno.    



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