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Más Pablo Palacio

Pablo Palacio. Foto: Revista Anaconda Nº 4 (Quito, 2006). Fuente: busetadepapel

Y un nombre más se suma a la lista de los que recomiendan leer al "raro" ecuatoriano Pablo Palacio. Se trata del mexicano Heriberto Yépez en "Laberinto", el suplemento de Milenio. Menciona también a dos raros, para hacer la trilogía: Macedonio Fernández y Felisberto Hernández. Si superan el ingenuo pobre de llamarlo "Kantinflas" -difícil de superar, ciertamente- y palabras como "desclichea" (o frases como "Era un escritor conceptual absurdista. Era demasiado filosófico como para ser comprendido") el artículo no se equivoca en lo central: Palacio es de esos escritores que se van al margen para hacernos recordar qué es realmente la literatura, de qué se trata esta cosa.

Dice la nota: "Nuestro máximo escritor menor, el ecuatoriano Pablo Palacio, cumple 60 años de muerto y su principal obra, Débora, 80 de publicada. Pero ¿a quién le importa Pablo Palacio?Macedonio Fernández, Felisberto Hernández y Pablo Palacio son los tres oros raros de la literatura latinoamericana. A Macedonio lo memorizamos porque fue el mentor mago de Borges. De no haberlo sido, lo consideraríamos el dilapidador de un mamotreto eleático: Museo de la Novela de la Eterna. Felisberto —gracias a los boómicos— fue releído. (Es genial.) Pero ¿y Palacio? Nuestros canónicos no le han dado importancia y sus libros no serán nunca populares. Palacio es un ultrarraro. No tuvo prójimos. No se parece ni a sí mismo.

Su mejor libro es Débora. Antinovelema. Una obra metadiscursiva o, mejor dicho, humorística, en que explora el artificio de la novela, a la que desrealiza. Palacio ridiculiza literaturizar.Él humorizaba novelar. Si parodia significa canto lateral, nadie como él representa una literatura lateral, una palabra paralela al canon (la inercia). Cada vez que escribía se preguntaba: ¿cómo se espera que escriba esto? Y no lo hacía. Incumplía. Palacio es un filósofo ecuatoriano que hizo comedia de la novela. “Lo que quiero es dar trascendentalismo a la novela”; ser el Kantinflas de la Razón Narrativa. Nótese que en Latinoamérica hay una tradición de literatos-filósofos (como el mismo Macedonio y Oswald de Andrade) que trazan una tradición aparte, un margen indomable, para citar a Bargalló. Palacio filosofa en sus comedias. Burla fórmulas y estamentos de la novela europea. Desclichea. Palacio estaba pensando lo que los formalistas rusos: la construcción de lo literario. Sólo que no lo hizo en teoría sino en mofa. Era un escritor conceptual absurdista. Era demasiado filosófico como para ser comprendido. No era “realista”, por ende (o por manda) lo que hacía no era reconocible. Hacía Objetos Verbales No Identificados. En 1940 comienza, se dice, su crisis mental. En 1947 murió “loco”. Débora premedita esa demencia. La explica. “Sólo quedará el fantoche, huyendo cada vez más, sediento de la revelación”. En desasosiego, Palacio locuró una fuga imaginativa, una vereda evasiva contra el realismo: lo automatizado. Pirarse es parodiar toda una sociedad. Y si escribir es desautomatizar, Palacio no es un escritor raro sino es un raro porque es un escritor. Escritor: el que hace obras no-reconocibles. Lo demás es lo de menos. Aunque hoy lo de menos es lo más.

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