Verástegui por Bolaño
[ZONA DE NOTICIAS] Paolo de Lima me ha sorprendido con un email esta mañana donde me envía, tipeadas con enorme paciencia por él mismo, tres fragmentos de Los detectives salvajes donde se mencionan poetas peruanos que Ulises Lima conoce en París. El primero de ellos, en la página 228-231, trata de Hipólito Garcés, Polito, un peruano "pendejo" y buscavidas, que lo estafa a él y a todos a su alrededor. Luego, en las páginas 231-232, aparece el discurso de un poeta peruano llamado Roberto Rosas (¿alguno de los Rosas Ribeyro?). Ahí se menciona nuevamente al conchudo y estafador Polito. Y finalmente, el fragmento que yo recordaba más y al que aludía en un post anterior, en las páginas 496-499 aparece una mención a un poeta peruano (que no se nombra, aunque probablemente sea el mismo Polito) que vive en París y luego regresa a Lima en la época del terrorismo. No se trata de una nota biográfica, ojo: es obvio mucho de Verástegui -que como dije antes, conoció a Bolaño justo en la época en que se sitúa Los detectives salvajes- pero también algunas exageraciones y lugares comunes. Pero, sin duda, Verástegui debe haberse sentido aludido y a eso se deben, sin duda, sus declaraciones tan duras a Idelfonso sobre Los detectives salvajes.
Aquí un ejemplo de la descripción de Bolaño de ese poeta peruano sin nombre: "de golpe y porrazo el peruano se encontró varado en un país en donde podía ser asesinado tanto por la policía como por los senderistas. Unos y otros tenían motivos de sobra, unos y otros se sentían afrentados por las páginas que él había escrito. A partir de ese momento todo lo que él hace para salvaguardar su vida lo acerca de forma irremediable a la destrucción. Resumiendo: al peruano se le cruzaron los cables. El que antes fuera un entusiasta del Grupo de los Cuatro y de la Revolución Cultural, se transformó en un seguidor de las teorías de madame Blavatsky. Volvió al redil de la Iglesia Católica. Se hizo ferviente seguidor de Juan Pablo II y enemigo acérrimo de la teología de la liberación. (...) Incluso su mujer no tardó en abandonarlo. Pero el peruano perseveró en su locura y se mantuvo en sus trece. En su polo norte final. Por supuesto, no ganaba dinero. Se fue a vivir a casa de su padre, quien lo mantenía. Cuando su padre murió, lo mantuvo su madre. Y por supuesto, no dejó de escribir y de producir libros enormes e irregulares en donde a veces se percibía un humor tembloroso y brillante. En ocasiones llegó a presumir, años después, de que se mantenía casto desde 1985. También: perdió cualquier atisbo de vergüenza, de compostura, de discreción. Se volvió desmesurado (es decir, tratándose de escritores latinoamericanos, más desmesurado de lo habitual) en los elogios y perdió completamente el sentido del ridículo en las autoalabanzas. Sin embargo, de vez en cuando, escribía poemas muy hermosos. Según Arturo, para el peruano los dos más grandes poetas de América eran Whitman y él. Un caso raro".