Desembalsamando a Donoso
José Donoso algo aplastados por el Boom Literario (de izq. a der.): Patricia Vargas Llosa, Mercedes García Márquez y María Pilar Donoso. FOTO: Archivo Max Silva Tuesta. Fuente: flickr
Los escritores chilenos todavía están impactados con el libro de Pilar Donoso (¿alguien sabe si tiene novio o algo?) Correr el tupido velo donde reseña las cartas encontradas sobre su padre José Donoso, en las cuales se muestra como egocéntrico, homosexual, gruñón, etc. En Qué Pasa han hecho un homenaje titulado Deconstruyendo a Donoso en que participan Alberto Fuguet (que en su blog adelantó que la lectura del libro era adictiva) y Alvaro Bisama. El artículo de Fuguet es una memoria de ex-tallerista y un cariñoso ajuste de cuentas, por qué no, uno más, otra raya ya qué le hace al tigre:
Para mí, José Donoso no fue ni lejos mi mejor amigo y tildarlo de maestro sería, como él mismo lo hubiera dicho, "un poco siútico, ¿te fijas?". No lo siento como mi maestro, entre otras cosas porque no creo que él andaba por la vida recogiendo escritores vagos y perdidos. Pero fue un gran aliado, un notable profesor, una suerte de abuelo como nadie podría pensar que podría ser un abuelo porque, por un lado, parecía de noventa años (siempre tuvo noventa) y, por otro, estaba lleno de preguntas, curiosidad y vida. Nunca estábamos de acuerdo en cine. Una vez le comenté que, por culto y leído que era, no era un hombre de cine ni un cinéfilo, sino, a lo más, un espectador que se dejaba llevar "por la cintas de época". Él se rió. Yo lo envié, me acuerdo, a ver Las montañas en la luna, cinta acerca de uno de sus ídolos: Sir Richard Burton. Pienso: ahora que La nana es la cinta del año, ¿qué pensaría al respecto?, ¿le hubiera gustado? [...] Para aquellos que tuvimos la suerte de pertenecer, aunque sea tangencialmente, a su círculo, Correr el tupido velo termina por ordenar y reconfirmar datos y eventos que yo, al menos, pensaba que eran parte de mi imaginación. La primera vez que circulé por Galvarino Gallardo, creo que el año 85 u 86, me aterraba tener que pasar frente a una pieza que daba a la puerta principal, pues veía a una señora que estaba muriendo. Yo tenía veintiuno o veintidós y la idea de la vejez me asqueaba. Siempre pensé que la presencia de "esa vieja" era algo así como una alucinación mía. Pero, en efecto, era verdad. Ocurrió. Pilar Donoso lo confirma. Era la madre de doña María Pilar la que estaba en esa cama con ventana a la puerta de entrada y estaba ahí agonizando. Lo otro alucinante para alguien que estuvo en el taller es confirmar cosas que no anoté, pero que quedaron almacenadas en mi mente todos estos años: uno escribe una novela no porque uno tenga una vida novelesca, sino porque quiere hacer una novela con su vida. Respecto a "el caso Dostoievski", sí es verdad. Aunque se ha mitificado. Donoso fue el que empezó a contar la anécdota. En efecto, me echó del taller por no haber leído al ruso. No duré más de seis sesiones. Yo le respondí que si él había leído a Bukowski. Me dijo que no. Entonces yo le dije que cómo se atrevía a seguir publicando. Me preguntó qué estaba estudiando. Periodismo. "Lejos vas a llegar, es la peor profesión de todas y no tiene nada que ver con crear, sino con robar". Luego me preguntó cuál había sido la última exposición de arte a la que había asistido. "Dedícate a otra cosa, no me hagas perder el tiempo". [...] Pero las cosas cambiaron, leí algo de Dostoievski (Memorias del subsuelo) y él me confesó que había "hojeado a Bukowski". Le pareció "bastante pedestre". Volví al taller que luego fue tildado como "plagado de donositos" pero la verdad es que aún no leo una novela que intente siquiera copiar o imitar a Donoso. Para mí, ingresar a ese mundo era, entre otras cosas, alejarse del país y, sobre todo, de la Escuela de Periodismo, donde el tema urgente era la política, seguido del ping-pong, y no el mundo de los libros o lo creativo. Cuando pienso en mi educación superior, pienso en la casa de Galvarino Gallardo. No tuve la suerte de ir a Yale o Harvard o Cambridge, pero en esa casa, con doña María Pilar gritando del segundo piso ("Pepe: te llama Mario de Lima"), con repisas enteras de libros que nunca había leído, con conversaciones donde me quedaba mudo y todos hablaban de arte y música y ciudades y cine (de mal cine, pero bueno…), me sentía el tipo más afortunado. Cuando me tocó leer por primera vez el primer capítulo de mi primera novela, Mala onda, les expliqué a todos que "era de época y que me faltaba aún mucha investigación en la Biblioteca Nacional". Donoso quedó de una pieza y feliz. Luego, al partir leyendo, captó que la época era 1980. "Pero ésa no es una época, sucedió la semana pasada". Yo le respondí que no, que ya habían pasado ocho años. "Más de un tercio de mi vida, don Pepe". Sonrió y me dijo: "Sigue, veamos de qué va tu novela histórica". Sólo diré esto: no hay nada como sentir la aprobación de gente que uno admira y respeta cuando más lo necesitas. Eso te salva. Al taller uno no iba a aprender a escribir, uno iba a ser escuchado, apoyado, tomado en cuenta. Uno iba a escapar e ingresar a un mundo que, por viciado o dañado que estuviera, claramente era mejor que el que estaba afuera
Por otra parte, el marciano Alvaro Bisama también comenta el libro y descubre algo insólito. El verdadero personaje no es Donoso ni su hija Pilar. El protagonista de Correr el tupido velo es Chile mismo o, peor aún, la literatura chilena:
Donoso nunca pudo salir del horroroso Chile. Trató, pero no pudo. Escapó a México y Europa, hizo clases en cuanto college se le cruzó, miró de cerca y de lejos el boom, tuvo cien domicilios en tres continentes distintos, pero terminó volviendo (en plena dictadura) para convertirse en algo parecido a los personajes de sus primeras novelas: maniático, avaro, insoportablemente narcisista, preocupado de las extensiones de su ego, asustado por las genealogías familiares, los avances de la enfermedad y la amenaza de la pobreza. Chile es, entonces, lo que late en el fondo de Correr el tupido velo. O, mejor dicho, la literatura chilena como el disfraz del resentimiento chileno, la envidia chilena, la ligereza chilena. En el libro, este país es retratado como un infierno familiar y social al modo de una comedia de vanidades donde el escritor y su familia lucen a veces felices, a veces desencajados, mientras busca formas de fugarse: beber, casarse, ir al psicoanalista, irse a Princeton o a Lota, fundar un taller literario. Todo, en el caso de Donoso, para convertir a quienes lo rodean en modelos para su obra o escribir otra novela más. Gracias a eso, a su capacidad para habitar de modo permanente ese lugar que despreciaba -y que para Lastarria se llamaba Espelunco; y Santa Teresa para Bolaño-, José Donoso se convirtió en nuestro novelista esencial de la segunda mitad del siglo XX, del mismo modo que Blest Gana lo fue del XIX. Tal y como señaló alguna vez Cyril Connolly sobre Joyce en su obituario, un artista como él -dispuesto a sacrificar vida y familia completa por su arte- sería imposible en estos tiempos. Por mi parte, espero que éste ya no sea el país que él describió, el que anotó día tras día mascando la nostalgia sazonada con odio. Ojalá éste ya no sea más el país de Donoso o, mejor dicho, vaya dejando de serlo: el país del eterno peso de la noche, del orden idiota de las familias, de los adultos que no pueden cuidar sus vidas y las de sus hijos porque su vocación por el gran arte o la gran novela paraliza toda su voluntad. Por supuesto, hay que celebrar a Pilar Donoso por esto. Hay que agradecerle por este exorcismo ineludible y por recordarnos la lección -moral, al fin y al cabo- de que la literatura nunca vale más que la vida. Porque es sugiriendo aquello como la hija consigue lo impensable. Cruzando voces y haciendo de tripas corazón, Pilar Donoso se libera para escribir esa novela total sobre Chile, que siempre fue la maratón interminable cuya redacción consumió a su padre, el fondo negro de sus obsesiones y que tomó forma como el corpus central de nuestro canon local. Eso hace que éste sea uno de los libros más hermosos y terribles publicados en los últimos años por acá, una forma final de sacar la basura a la calle y sanar de una vez por todas las heridas familiares mientras traza uno de los retratos esenciales sobre las desquiciadas relaciones entre arte y vida, cuerpo y literatura, experiencia y ficción jamás escritos en Chile.
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