MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Pablo Palacio en Argentina

carátula de la edición argentina. Fuente: final abierto web

En Página12, dentro del suplemento Radar, Patricio Lennard comenta un par de clásicos olvidados de la literatura ecuatoriana: Un hombre muerto a puntapiés / Débora de Pablo Palacio, editado por Final Abierto (editorial argentina que inicia así su catálogo). Lennard califica a Pablo Palacio como "un eslabón perdido de las vanguardias latinoamericanas". Dice la reseña:

Lector de Lautréamont (y por ende dueño de una imaginación que, sin ser del todo truculenta, es proclive a lo morboso), Palacio construyó en ese primer libro de cuentos una serie de personajes cuya monstruosidad no busca impresionar a la manera del gótico sino desestabilizar las clasificaciones en cuyos límites se cierne lo anormal, lo inmoral, lo enfermizo. Así, el homosexual cuyo feroz asesinato es aludido en el relato que da título al libro y al que una breve noticia policial tilda simplemente de “vicioso”; así, el antropófago que a la manera de Cronos desfigura a dentelladas el rostro de su propio hijo. ¿Y qué decir de las siamesas que en “La doble y única mujer” desbaratan toda certeza pronominal cuando el “yo” del relato se refiere a su “segundo cerebro”, mientras describe el modo en que sus dos cabezas urden, en simultáneo, sus pensamientos? Maestro del humor macabro y la ironía, Palacio gesta lo que cierta crítica leería luego como profecía autocumplida en “Luz lateral”, cuyo protagonista decide separarse de su mujer por la desagradable costumbre que ésta tiene de intercalar la palabra “¡claro!” en todo lo que dice. Entonces él se encuentra con una prostituta que lo contagia de sífilis; lo que, en un estado avanzado de la enfermedad, lo termina sumiendo en la demencia. Curiosamente, ese mismo destino le tocó a Palacio, quien en 1932 publica su segunda novela, Vida del ahorcado, tras lo cual deja de escribir literatura para dedicarse a otros menesteres (fue decano de la Facultad de Filosofía y Letras, funcionario del área educativa, secretario de la Asamblea Constituyente de 1938, y autor de dos trabajos de divulgación filosófica destinados a formar parte de un libro que quedó inconcluso). Hacia fines de la década del ‘30 aparecen en él los primeros síntomas de locura asociados con la sífilis. A raíz de lo cual pasará los últimos siete años de su vida internado en un hospital de Guayaquil, hasta su muerte en 1947. (...) Entre la parodia y la metaficción, Palacio hace estallar definitivamente los resortes de su escritura en Débora, una novela breve que narra las vicisitudes de un personaje, el Teniente, que vaga por la ciudad de Quito con indefinidos planes de seducción, a la espera de una sorpresa que ponga en marcha el relato, pero que nunca sucede. Deudora en más de un sentido de Seis personajes en busca de un autor, de Luigi Pirandello, y situada en la línea de experimentos como el que Miguel de Unamuno realiza en Cómo se hace una novela (también de 1927), Débora expone un gozo por lo artificial, por la incongruencia, por la digresión: la percepción de que la novela como estructura ya no tiene casi nada que contar. Así se explica, por ejemplo, que el narrador se olvide virtualmente de su personaje en algunos pasajes (“olvidado de la novela hasta parecer insensible”), o que la Débora del título no aparezca sino hasta el final, en donde apenas se la menciona sumariamente. La súbita muerte del Teniente es la última jugada de un texto deliciosamente arbitrario cuya inercia reside, al decir del narrador, en su “voluntad de parálisis”. “Es La náusea escrita por Macedonio Fernández”, arriesga sobre esta novela César Aira en su Diccionario de autores latinoamericanos: una curiosa definición que tiene el mérito de considerar el tono entre lúdico y metafísico con que Palacio ensayó una literatura del agotamiento.

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