MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Primera reseña

Preparaciones para un blog dedicado a la novela. Fuente: moleskine

Un grupo de amigos me están ayudando a hacer una página web personal, donde pondré todas las cosas que han salido y van saliendo de la novela Un lugar llamado Oreja de Perro. Por eso, y no por falsa modestia (un ridículo pecado que no existe en la vida de los que se compran trajes de Armani para ir a comprarse una macBook), es que no he colocado nada de las entrevistas o notas que han salido sobre la novela últimamente. Prometo que será una página interactiva y divertida (al menos eso dicen ellos, pero luego de ver unas muestras me han asustado) donde, además, podrán insultarme los anónimos. Pero no he querido pasar por alto la primera reseña que ha salido de mi novela en el blog de reseñas literarias del Boomeran(g) a cargo de Javier Fernández de Castro. Dice:

Es una novela triste y que transcurre en un lugar oficialmente llamado Oreja de Perro, un diminuto y perdido caserío que, siempre oficialmente, pertenece al distrito de Chungui, en el departamento de Ayacucho, Perú. Sin embargo, y digan lo que digan los registros catastrales oficiales, el lector sabe reconocer de inmediato que ha sido conducido mediante engaños (o al menos utilizando como señuelo esa denominación de origen tan sugerente y singular) a uno de los confines más extremos del mundo. El cual, encima, ha sido erigido tan arriba en las montañas que sus visitantes padecen invariablemente el temido soroche, con sus inevitables y asquerosas secuelas. Sería de plena justicia que los locales, ante las quejas de los recién llegados por las molestias físicas, la falta de comodidades e incluso de una mínima oferta de ocio, preguntasen a su vez: y quién se le ocurre venir a un lugar como Oreja de Perro. Pero no hay queja porque, dentro de su homogeneidad (me refiero a que se trata de un estado del alma asumido, cotidiano y que afecta a todos por igual, sin altibajos) en la tristeza de Oreja de Perro no hay lamento. Porque éste, el lamento, es propio de quien ha perdido algo y nota su falta, o de quien vislumbraba una promesa de futuro y ha visto cerrarse esa puerta. Como si dijéramos, la queja es propia de quien sufre una irrupción de la realidad que marca un antes y un después, casi siempre para peor. Y de ahí la protesta, el lamento. Pero qué novedad les cabe, y por lo tanto de qué van a quejarse los habitantes de un puñado de casas perdidas en uno de los confines del mundo y que desde hace veinte años, o sea desde toda la vida, han sido víctimas de la violencia imbécil, indiscriminada, alternada y bestial por parte de las guerrillas, el ejército y los paramilitares con sus respectivos regueros de muertes, torturas, violaciones y desapariciones cuyo fin parecen ser las (también respectivas) fosas comunes en las que los cadáveres son despedazados a bombazos para evitar una identificación posterior. La cual es una práctica tan cruel como inútil porque el ser humano, qué menos, si no justicia, si no le son dados sus derechos fundamentales, aspira al menos a enterrar a sus muertos. Y contra esa voluntad ancestral no bastan las fosas comunes ni la identidad borrada a bombazos. La memoria, lenta, callada y tenaz -lo supieron en su día los militares argentinos y chilenos, acabarán por saberlo las autoridades religiosas españolas que tanto se oponen a dar sepultura a los muertos de hace más de setenta años-, continuará exigiendo concederles la paz a sus caídos. Contra ese fondo, en semejante escenario, un capitalino que viene con su propia memoria a cuestas, trata sin demasiado éxito de implicarse en los trabajos que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, aquella iniciativa puesta en marcha por el presidente Toledo y que se llevó a cabo con resultados dispares. El tiempo narrativo trascurre mientras los miembros de la Comisión tratan de cerrar definitivamente veinte años, toda una vida, de crueldad y de olvido. Y al tiempo de tratar de poner en orden a su propia memoria, al capitalino trasplantado a ese confín del mundo le van saliendo al paso nuevos sucesos que se suman a los pasados, propios y ajenos, para configurarle un futuro tan incierto como no deseado. Un matrimonio con quien no debía, los agravios de antes y después de la separación, la tragedia irreparable de un niño muerto mientras todos dormían o las inoportunas llamadas de la vida para que se reincorpore ya a su devenir son como una barrera que una conciencia doliente opone a los horrores que irán saliendo junto con los cuerpos (esos perros famélicos desenterrando cadáveres para saciar su hambre) y las muestras de indiferencia, cansancio o cinismo que aquellos sucesos suscitan hoy. La vuelta a casa, la recuperación del horror cotidiano o las nuevas vejaciones, propias de toda ruptura matrimonial, no significan de hecho un cambio notorio en esa tristeza infinita que recorre esta novela desde su primera a la última página.

La reseña, como verán, es sobre todo descriptiva. No me hago ilusiones. Pero la generosidad de Fernández de Castro se hace notoria en un post-scriptum o "Nota extremporánea", que agradezco mucho y que me ha causado no solo alegría sino incluso me ha hecho reír (a pesar de que estoy en mi onda Emo porque mi maldita nueva macBook salió malograda)porque mi pobrecito personaje (conocido como "el hombre invisible"), hundido en su tristeza mientras se va quedando dormido en la última escena de la novela, jamás se imaginaría un final así, tan extraliterario y feliz, para su historia:

La novela, fuera ya del ámbito estrictamente literario, le ha cabido un inesperado final feliz, puesto que mereció el honor de ser señalada como novela finalista del Premio Herralde. Y ya se sabe que, en ese premio, cuando el jurado da a conocer una circunstancia así está diciendo que al final de las votaciones se produjo un empate y que cualquiera de las dos, la finalmente ganadora y la finalista podrían haberse llevado el premio. Y que le cayó en suerte a la otra. Pero después de una convivencia tan intensa como la que tiene lugar en Oreja de Perro, un reconocimiento así suena a victoria. Por fin.

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10:24 a. m.

Pienso que la mayoría de las veces la falsa modestia es impuesta, obligada: alcanzado el éxito tu alrededor te exige ser sumiso, de cierta forma agradecido y benevolente con los demás, alguna celebración indicará que te preocupas más por ti que por el resto, ¿no deja de sonar ridículo?

Vaya, el final fue de caballeros.

Esa letra de la foto sí que es maleada... Suerte, pues, con la novela...    



7:59 p. m.

Hola Iván:

¡Ya me gustaría a mí tener una banda de amigos que me regalaran una web personal por Navidad! (o por mi cumpleaños, al menos.

O podría decir: ¡Ya me gustaría tener una banda de amigos que me regalaran un traje Armani!

O podría decir también: ¡Ya me gustaría tener un computador personal, y no utilizar este trasto!

O podría no decir nada, y continuar leyéndote en silencio.

En ésas estoy. Y durmiéndome con Alejandra Pizarnik (compañía que desaconsejo para ir a la cama, en realidad).

Saludos y gracias,

Oscar.    



4:28 a. m.

hola agradesco que pueda opinar a traves de este blog. Eres una persona llena de vida que agrandes la esperanza de los jovenes, a mi tambien me agrada la literatura y pienso participar del concurso de cuentos COPE de este año:

www.progresandoweb.blogspot.com    



7:16 p. m.

¿Y si te piratean, què haces?    



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