More fuckin McOndo
[LA NACION] Me entero leyendo el blog literario de Alberto Fuguet que lo han entrevistado en el diario La Nación de Argentina sobre la antología McOndo que salió hace cuchocientos años y sigue dando que hablar. El artículo también recoge un par de declaraciones muy breves de Gonzalo Contreras y Rafael Gumucio que, como dice la autora de la nota, "le rayan la pintura a la antología". Fuguet declara en su blog: "no dire más xq se trata de no hablar mas de este tema. Aunque me dan ganas, tampoco comentare las "opiniones" de mis colegas Gumucioy Contreras" (aunque supongo que poner la palabra "opiniones" entre comillas ya es una opinión). A mí, en cambio, aunque no participé de la antología y el sushi que compartimos en Santiago con Fuguet lo pagamos entre los dos (y encima sobró: jamás había visto que sobre el sushi), así que no le debo nada a Alberto, me gustaría romper una lanza por la vapuleada McOndo.
Dice Gonzalo Contreras: "La antología no marca un antes y un después, como si fuese una especie de frontera del realismo mágico, porque había mucha literatura en esos años, como mi caso, que no escribíamos bajo la cuerda de este movimiento. Creo que se hizo mucho caudal con ‘McOndo’; ahora, lo que ocurre es la inclinación de esos autores hacia la literatura norteamericana, y ése es el ángulo". Debo anotar que estoy de acuerdo en que ese libro, para algunos periodistas sobre todo, marcó un falso "antes y después", pero no creo que ésa haya sido una pretensión de la antología. Tampoco fue un movimiento: los autores eran disímiles en estética y temas, y algunos de ellos ni se conocían -ni se concoen aún- entre sí. Es obvio que muchos escribían entonces: la antología presenta menos de 15 autores si no me equivoco, ¿cómo puede alguien pretender que un número tan reducido era todo el espectro? Por otra parte, más que la inclinación hacia la literatura norteamericana (algo de eso hubo, por supuesto) creo que McOndo ponía énfasis (sobre todo para las anteojeras de la crítica de entonces) que Latinoamérica no era solo la tierra de mariposas amarillas sino también de McDonalds y Macintosh. Y que, por tanto, introducir esos temas en los cuentos no era un exotismo, ni un cosmopolitismo ni un esnobismo, y menos aún un rendirse a los "viles imperialistas" que atemorizaban a Dorfman: era solo la representación de un momento preciso. Creo que, en ese sentido, algo se logró. Dudo mucho que si ahora un escritor latinoamericano escribe una frase como: "Don Arcadio encendió su iBook y empezó a revisar si tenía emails" un crítico piense que es un autor influido por lecturas norteamericanas o rendido ante influencias foráneas.
Por otra parte, Rafael Gumucio dice: "Creo que los antologadores inventaron un buen concepto de agencia de publicidad. En realidad, es un intento de desmarcarse de Estados Unidos, donde todavía creen que vivimos en el realismo mágico, pero para Latinoamérica no fue una novedad. Ahora, el boom también fue una operación de marketing, pero la diferencia es que de ‘McOndo’ no salió un Gabriel García Márquez”. De acuerdo con aquello de que fue un buen concepto de agencia de publicidad (alguna vez dije algo parecido en un post). Pero la última frase implica un conocimiento astrológico que no sabía que Gumucio tenía. En todo caso, tendría que decir que de McOndo no salió AUN un García Márquez. Porque uno nunca sabe lo que puede suceder: ni el mismo García Márquez era "un García Márquez" cuando escribía esos cuentos de tufillo metafísico de Ojos de perro azul, y mucho menos lo fue después, cuando publicó ese libraco Memorias de mis putas tristes que varios de McOndo podrían corregirle a lo ghostwriter para evitarle la verguenza (pienso en Edmundo Paz Soldán, Rodrigo Fresán o el mismo Alberto). La escritura de una novela como Cien años de soledad es un caso excepcional que justifica el ejercicio literario de un continente, un idioma o hasta un siglo. Pero mientras no exista ese ejercicio literario, no existirá un Cien años de soledad. Que cada uno haga su mejor esfuerzo y esperemos a ver qué sucede: que ninguno se anticipe a cantar el número premiado antes de tiempo, y que nadie venga a dar por muerta a una generación que bordea los 40 años. Lo mejor de la literatura es que no existen reglas, y así como puede salir un Rimbaud puede salir un Bufalino que a los 60 años empieza a publicar. Todavía hay muchas lecturas (y relecturas) por hacer, y quizá deparen algunas sorpresas.
En la foto, jodidas mariposas amarillas.