RESEÑA DE LA SEMANA
Biografía ilustrada de Mishima
Matalamanga, Lima. 2009. 53 páginas
EL AGUJERO DE LA ESCRITURA
La nueva novela de Mario Bellatin es una ralentización que empieza y concluye con unos zapatos abandonados al borde un mirador. En el intermedio, un impecable profesor japonés da una conferencia, acompañada con slides, sobre el gran escritor japonés Yukio Mishima. Lo acompaña en la mesa, en silencio, un escritor que es el espectro del propio Mishima. La novela dura lo que durará la conferencia. El narrador es un asistente silencioso. Y mientras el profesor diserta sabiamente sobre la obra del autor japonés, el espectro de Mishima ve en aquellos slides una biografía ilustrada de su vida póstuma o paralela. Y es que, lo cierto es que la biografía ilustrada a la que asistimos apenas tiene que ver con la “verdadera” vida del narrador Yukio Mishima. Y más bien, se parece muchísimo (en la coincidencia de los títulos y los temas de las novelas, en la obsesión por los perros y las víctimas talídomes, y en algunos datos autobiográficos que pueden rastrearse) a la de Mario Bellatin.
Biografía ilustrada de Mishima es una de las novelas más complejas de Mario Bellatin pero, al mismo tiempo, es una de las pocas que ofrece al lector todas las claves para su comprensión en la propia obra. El espectro de Mishima aparece sin cabeza porque, como se recordará, el autor fue víctima de harakiri y el sepuku ritual. Aquel vacío que representa la cabeza ausente se va convirtiendo en un hecho cada vez más significativo. Al principio, el espectro Mishima intenta pasar la amputación como un efecto secundario del uso de la talidomida. Pretendía así ganarse un pasaje a París y, además, un efectivo. El fin utilitario de su minusvalía es de inmediato rechazado, sin consideraciones, por una enfermera que certifica “amputación”. Luego, el espectro de Mishima busca trascender ese fin utilitario y reemplazar la cabeza con una serie de artefactos que deben dar la apariencia de que ese “vacío” no existe. Del mismo modo como un soldado del ejército reemplaza su pierna amputada por una pierna de plástico, o Mario Bellatin reemplazó en su juventud el brazo faltante por un garfio metálico, el espectro Mishima quiere pasar inadvertida su deformidad sin éxito. Intenta cumplir así con su rol social, aceptar lo que los demás dicen (las deformidades deben cubrirse, esconderse, ignorarse) del mismo modo en que, en una escena memorable, él y su amigo Morita están obligados a comprar un Dodge del vecino que no quieren comprar, y cuyo vecino no quiere vender. El tercer paso es una epifanía. Descubre súbitamente que aquel vacío es el fin mismo de la escritura, de la vida misma. “Un hueco que para Mishima es lo único que parece cierto en la vida” es la información de uno de los slides. Entonces, el espectro Mishima decide convocar a un artista plástico de renombre para que haga una “intervención” sobre su cabeza faltante, que la reemplace por un objeto artístico sin mayor utilidad, de manera tal que “el vacío dejara de pertenecerle solo a él y se convirtiese en un atributo que involucrase a los demás”. Por su parte, hacia el final de la conferencia, el profesor japonés afirma que Mishima “nunca ha existido realmente. Tampoco el aparato didáctico de su intervención, por medio del cual habíamos estado observando una especie de reflejo de la realidad”.
Si logramos articular la idea de la escritura como un proceso interior donde la consciencia no tiene nada que ver (un vacío simbolizado por la falta de cabeza del espectro Mishima) con la iluminación del espectro Mishima según la cual su vacío debe ser un proceso comunitario, compartido por todos, y no un defecto propio que lo individualiza, podemos entender mejor la conclusión del profesor japonés: Yukio Mishima, como ningún escritor, existen realmente. Todos son espectros, agujeros que se crean cuando la vida no encaja perfectamente, y desde los cuales brota la escritura de manera espontánea, necesaria, como una herida que supura o un océanos que se desborda. Ciertamente, la biografía ilustrada del espectro Mishima nos muestra –esta vez- la biografía y obra de Mario Bellatin. Pero eso es aleatorio. También podría haber mostrado la de cualquier escritor, cualquiera, y todas encajarían. El espectro de Mishima es el espectro mismo de la escritura. Las preguntas latentes (“¿De qué río se nos habla en ese extraño exilio que es la escritura?” y “¿Qué clase de espanto ha sido capaz de generar una escritura semejante?”) son las preguntas que nos hacemos todos los escritores del mundo. Y la falta de respuestas, aquel vacío que es lo único que existe, es lo que permite que la literatura siga existiendo no como un proceso utilitario o rutinario sino revelador y purificador.
Que Mario Bellatin es un “escritor raro” es un lugar común difícil de rechazar. Que escribe siempre la misma novela es otro lugar común, pero ése sí es absolutamente negligente. Las novelas de Bellatin son ciclos que se cierran. 24 horas, 365 días, 7 años, el tiempo es una buena medida para asumir que aunque las cosas se repitan, al pertenecer a ciclos distintos no pueden ser iguales. Cada hecho es incontrastable. Comprarse una bicicleta a los siete años no es igual que comprársela a los 41 años. Enamorarse a los 15 no es igual que a los 60. Las novelas de Bellatin insisten en los mismos temas, cierto, pero aquello en vez de darnos la sensación de rutina o de monotonía debería darnos la idea de lo único e irrepetible que es cada situación una vez que se ha cerrado y comenzado un ciclo. La capacidad para reinventarse en cada novela convierte a Mario Bellatin no solo en un escritor extraordinario sino en una especie de "artefacto" literario o artístico, un proyector de slides donde todas las escenas, incluso las repetidas, cambian constantemente de rol, de lugar y de significado. Las novelas de Bellatin deben leerse como procesos de transformación espiritual pero también matemática. Cada factor nuevo incide sobre el significado de las escenas y muta constantemente su signo.
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Al final tuviste un acto fallido, y dijiste: "Biografía mínima de Mishima". Sin embargo, coincido. Mario es un grande.
Saludos,
Òudi-Ló.
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