Correctores de estilo
[EL MERCURIO] Siempre me han parecido patéticos los correctores de estilo que por cambiarles una conjugación, acomodarles una coma o entintar una tilde, piensan que escriben mejor que el autor. ¿Bajo qué criterio un corrector, experto en normativa, puede considerarse también un escritor talentoso, un crítico riguroso o si quiera un lector notable? Y ya ni digamos aquellos locos que, como en el cuento de Ninapayta (creo que se llama "García Márquez y yo"), por aumentar un signo de puntuación a Cien años de soledad sienten que ganaron el Nóbel.
Hoy la "Revista de libros" entrevista a un corrector español, pero afincado en Chile, llamado Antonio Leiva. Ya desde el saque la nota está equivocada pues dice su gorro: "A las puertas del Día del Libro, quién mejor que un corrector de estilo con años de experiencia para saber cómo se escribe en Chile". ¿Cómo puede saber ese técnico de la lengua cómo se escribe en Chile? A lo más sabrá qué errores se cometen más seguido o qué tan pegados a la normativa están los escritores chilenos, pero no mucho más. Leiva, como todos los correctores de estilo, dice que nadie sabe "escribir": "Siempre he pensado que hay que tener dos cosas para escribir bien: imaginación y puño. En Chile diría que los escritores imaginación tienen, pero escritura, cero. Parece drástico, pero hablo de lo general. Aquí las preposiciones y adverbios se ponen mal, las comas nunca están en su sitio y casi todos confunden "aprensión" (de recelo) con "aprehensión" (de capturar)". Por otra parte, (y ahí sí que me alegra saber que levanta un libro bastante interesante de Santiago Roncagliolo) cuando le piden recomendaciones recientes, dice: "Andrea Maturana, que me parece una tía bastante buena. Verano robado, la primera novela de María José Viera-Gallo, promete. El príncipe de los caimanes, de Santiago Roncagliolo, es literatura pura. Me enganchó, y eso es difícil".
En conclusión: correctores de estilo, a fijarse a lo suyo, que lo hacen muy bien seguro, y dejen la crítica literaria a los que saben de eso. Y autores jóvenes o no tan jóvenes: a prestar un poco más de atención a las normas porque un par de errores lo comete cualquiera, y pase, pero hay algunos que comentan en el blog de Faverón que, sinceramente, están para hacer vacacional en el curso de Lengua.
También pasa que no todos los autores son buenos solo por el hecho de ser autores. Y es allí donde el corrector "mete más la mano".
Soy correctora, es un oficio duro. Tanto como el resto de oficios ligados al arte o a la búsqueda de lo bello. Hay que pulir mucho, retocar, dejar secar... es arte también.
Sin embargo, creo que "molestamos" cuando no sabemos más que dónde va la coma, o si se usa el guión largo o corto.
Y no debiera ser.
El corrector -que se enfrenta a todo tipo de textos- debe ser siquiera "lector notable". Debe ser "experto en normativa" y además ser culto, sensible, suspicaz. Hay que saber cuándo andar de puntillas y cuándo insistir en un cambio.
Lo ideal sería una alianza
escritor-corrector, al final del camino, estamos del mismo lado.
Saludos,
Chantal
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