Aira reseñado
El conde Vladimir Hilario Orlov podría parecer un personaje de novela rusa del siglo XIX, pero en realidad es el protagonista de la última novela de César Aira, La confesión, editada por Beatriz Viterbo. En el ADN Cultura hacen una reseña:
La primera página de La confesión presenta una situación in media res que captura la lectura de inmediato y que invita al recorrido "de un tirón", tal como lo hacen los buenos relatos: "El Conde Vladimir Hilario Orlov fue presa de un barrunto de pánico al ver los cristales con imágenes en manos del niño. La fase crítica de la alarma duró apenas un instante". La escena no transcurre en la Rusia zarista, sino en la Buenos Aires actual, en una casa donde varias generaciones del clan Orlov se reúnen para pasar el día y en la cual aparece, en manos de un niño travieso, un proyector con imágenes del pasado que amenaza con develar un secreto de ese improbable "conde" Vladimir. Al uso ciertamente anacrónico y humorístico del título aristocrático, se agrega la composición extraña del clan: una mezcla de ricos y pobres, de "blancos" y criollos "negroides", presentados de esa manera por el discurso "canalla" y racista del conde, magistralmente logrado en esta nueva novela breve de César Aira. La lectura "de un tirón" a la que invita La confesión contrasta, no obstante, con aquello que surge de la relectura, o acaso también de una primera lectura que, mientras se deja llevar, mantiene un ojo atento al estilo y la forma. Porque tras esa apariencia casual y llevadera de muchos relatos de Aira, habita un estilo trabajado, una habilidosa inclusión de registros paródicos (el racista, el miserabilista, el del odio a los niños), y por sobre todo, una efectiva forma de incorporar segmentos que se refieren a la literatura y a las elecciones estéticas del autor. Todo ello, claro está, sin solemnidad, con la dosis justa de ironía como para instalarse a medio camino entre lo serio y el chiste, pero principalmente, sin dejar nunca de narrar, sin salirse jamás de ese micro-mundo narrativo que, por más extraño, paródico o desopilante que sea, posee, si no su lógica, al menos sí una atmósfera identificable. (...) Al cerrar la última página de La confesión, se presenta una sensación nueva y conocida a la vez: la de haber asistido a un buen relato cuyas múltiples líneas abiertas vuelven a fusionarse sutilmente al final, casi a la manera de esos "perfectos" relatos del siglo XIX, pero con la salvedad de que, como está implícito en la literatura de Aira, no hace falta que esa fusión sea deudora de la lógica ni de los contenidos, sino apenas -¿y qué más?- una conquista del estilo.
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