MOLESKINE ® LITERARIO

Notas al vuelo en cuaderno Moleskine® .

Sobre el derecho de citar

Mans dibuixant. Ilustración: M.C. Escher. Fuente: MCEscher

Me entero por el último "Dietario Voluble" de Enrique Vila Matas que existe una rara avis literaria que se caracteriza por ser "anti-citas" y que "ven mal cierta erudición y dan la consigna estúpida de que "al escribir no hay que deberle nada a nadie", según explica Vila Matas. ¿Existen esos? Pues pobres almas porque citar o epigrafiar es uno de los placeres más grandes que tenemos los lectores. Cuando un autor toma prestada o robada una frase de otro, no sólo le está rindiendo un tributo sino reclamando un derecho: el derecho a que una buena frase sólo existe, y es buena, si existe alguien que la lee, la entiende y la considera como propia. Si no, esa frase está muerta. Una cita citable, en sí misma, ¿era buena o memorable antes de que los demás empezaran a citarla? No, de ningún modo. No existía. Independientemente de la intención inicial de una frase, cuando un autor la cita la está cargando de su propia personalidad; no solo la está re-creando sino que la están inventando. Por eso estoy de acuerdo con la manía de citar de Vila Matas, que hago mía además, y digo más: creo que no hay en sus novelas nada tan suyo, personal e, incluso, intrasferible como las citas de los otros.

Dice Vila Matas: "Comenta Susan Sontag en el prólogo de la singular y hoy algo extraviada novela Vudú urbano, de Edgardo Cozarinsky: "Su derroche de citas en forma de epígrafes me hace pensar en aquellos filmes de Godard que estaban sembrados de frases ajenas. En el sentido en que Godard, director cinéfilo, hacía sus filmes a partir de y sobre su enamoramiento con el cine, Cozarinsky ha hecho un libro a partir de y sobre su enamoramiento con ciertos libros". Me formé en la era de Godard. Lo que había visto en Godard y otros cineastas innovadores de los años sesenta lo asimilé con tanta naturalidad que después, cuando alguien reprochaba, por ejemplo, la incorporación de citas a mis novelas, me quedaba asustado de la ignorancia de quien censuraba aquello que para mí era lo más normal del mundo. Además, no podía olvidarme de ejemplos extremos como El libro de los amigos, de Hugo von Hofmannsthal, colección de aforismos que, junto a textos del autor, incorporaba "voces amigas": un centenar de máximas ajenas que se integraban en la visión del mundo del propio Hofmannsthal. Fernando Savater dice que las personas que no comprenden el encanto de las citas suelen ser las mismas que no entienden lo justo, equitativo y necesario de la originalidad. Porque donde se puede y se debe ser verdaderamente original es al citar. Por eso, algunos de los escritores más auténticamente originales del siglo pasado, como Walter Benjamin o Norman O. Brown, se propusieron (y el segundo llevó a cabo su proyecto en Love's Body) libros que no estuvieran compuestos más que de citas, es decir, que fuesen realmente originales... Plenamente de acuerdo con Savater cuando dice que los maniáticos anticitas están abocados a los destinos menos deseables para un escritor: el casticismo y la ocurrencia, es decir, las dos peores variantes del tópico. Citar es respirar literatura para no ahogarse entre los tópicos castizos y ocurrentes que se le vienen a uno a la pluma cuando nos empeñamos en esa vulgaridad suprema de "no deberle nada a nadie". Y es que, en el fondo, quien no cita no hace más que repetir, pero sin saberlo ni elegirlo. "Los que citamos", dice Savater, "asumimos en cambio sin ambages nuestro destino de príncipes que todo lo hemos aprendido en los libros (y ahí va otra cita disimulada, ja, ja, larvatus prodeo...)".

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